A TÚ LADO SIN TI

 

De nada servía recordar la discusión. Ni de que trataba la misma. Ni de como o porqué comenzó.

 

-¡Estoy harto Lucia! ¡Harto!


-¡Yo sí que estoy harta Álex! Eres un paranoico.


Lucia y Álex llevaban 6 años juntos. Se conocieron en una noche vieja en casa de Raúl, amigo de la infancia de Álex.


Este último era un poco tímido a la hora de acercarse a una chica, así que su amigo Raúl fue el casamentero. El porte de su amigo no pegaba nada con tal aspecto de personalidad ya que era un chico fornido y muy apuesto. Raúl siempre se lo recalcaba y le decía que ojalá él tuviera esos ojazos azules que su apuesto amigo moreno poseía. Pero no se puede juzgar al libro por su portada y en realidad Álex siempre había sido así.
En el colegio ya le gustaba una chica de su clase pero nunca dio el paso, ni tampoco lo hizo en el instituto, y mucho menos en la universidad. Claro que había tenido parejas. Dos ocasiones, pero en ambas habían sido ellas las que se acercaron a su amigo. La primera al poco de acabar el instituto pero se tuvieron que separar porque ella marchó a vivir al extranjero y la segunda fue Lucia quien aquella noche vieja tuvo el placer de conocer.


El coche cada vez iba más deprisa y ella le rogaba que aminorase la velocidad.


-¡Deja de decirme lo que tengo que hacer! -replicó él.


La lluvia caía implacable en el exterior.


-Vamos muy rápido Álex, por favor. -dijo ella más calmada intentando suavizar la situación y que él rebajase la velocidad, pero estaba demasiado enfadado para escuchar a su amada, demasiado indignado y engañado, así que hizo caso omiso a la voz tan dulce de Lucia.


Ella era una chica brillante. Le encantaban sus ojos verdes, perfilados per natura con esa característica que vulgarmente se denomina ojos de gata y su precioso pelo rubio. ¿En cuantas ocasiones pudo él vacilar con el tópico de que las rubias eran tontas y ella darle un puñetazo en el hombro por tal ofensa?

¿Quién la hubiera dicho que aquella noche tan fría, que no deseaba salir de su estudio en aquella preciosa buardilla, le hubiera traido a Álex a su vida?
Era como ella deseaba que fuera "él". Mencionaba a sus amigas, y a su propia madre, este pronombre personal para que supieran que se refería a un chico que no sería uno cualquiera. Que cuando le preguntasen por su pareja, al decir "él" es, fuera porque aquél sería el único por siempre. Algo muy romántico para los tiempos que corren pero no dejaba por ello de ser precioso.


El coche pegó un bandazo lateral y volvió al carril.


Ella volvió a pedirle que aminorase la velocidad sugetando el brazo derecho de Álex pero este se lo apartó con violencia.
Al retirar el brazo de su amada con tal fuerza y mirarla con desprecio retiró la vista de la carretera. Al volver hacia esta sin darse cuenta estaban sobre el carril contrario y un camión tocaba el claxón con fuerza alertando a sus invasores. 
Álex dio un volantazo para regresar a su sitio pero lo hizo con tanta brusquedad que se salió del carril cayendo por una ladera.
Al principo en coche iba en línea recta hasta que chocó por un costado contra una enorme roca y dio una vuelta de campana. Luego otra. Y otra, hasta que al final se detuvo boca abajo a muchos metros de la calzada.
La lluvia seguía cayendo con fuerza. Los cristales se habían roto en todas las ventanas. El frió era insoportable. Aquella noche vieja, aquél aniversario, sería inolvidable.
Álex despertó, había perdido el conocimiento. Aturdido miró a su alrededor. Confuso, apenas lograba abrir sus ojos del todo. Estaban boca abajo. El cinturón de seguridad los mantuvo en sus asientos pero había algo más que ejercía una enorme presión sobre él.

Miró a su izquierda y notó que la puerta se había hundido presionando su brazo y su pierna de tal modo que no podía moverlos.


-Lucia...-masculló casi imperceptible-. Lucia...no puedo moverme. -está vez sonó más audible, pero no obtuvo respuesta-.¿Lucia? ¿Estás bien?


Todo su aturdimiento se esfumó cuando miró a su derecha y vio a Lucia.
Su rostro estaba empapado en sangre y lleno de cristales clavados en su rostro. Su brazo izquierdo estaba en una postura antinatural que indicaba claramente que estaba roto y se alzaba sobre la cabeza de ella vuelto hacia atrás.


-¡Lucia! ¿Me oyes? ¡Lucia! Por favor, dime algo.


Pero Lucia no respondió.


-No, no, por favor dios...


Mil veces negó pero dios no le escuchó.


La lluvia seguía cayendo y Álex intentaba sacar su brazo de la presión a la que se veía sometido pero era inútil.
Gritó y gritó mil veces pero su voz no llegaba a ningún sitio, pues estaban entre los árboles de un enorme bosque a más de cien metros de la carretera comarcal por la cuál, a decisión de ambos, prefirieron tomar para disfrutar del paisaje y ahorrarse el peaje de la autopista.
Hizo acople de valor y tocó por primera vez el rostro de Lucia y buscó con sus dos dedos índice y corazón la arteria carótida para sentir su pulso pero no logró nada. Puso su dedo sobre su nariz y no sintió su respiración.


Lucia había muerto.


LLoró y lloró. El frío era cada vez más intenso y la tormenta seguía con furia, la misma que acompañaba la impotencia de Álex. El tiempo se había perdido. No sabía cuanto había pasado. Intentó calmarse y animarse a pensar, debía pensar en algo.


<<Los teléfonos móviles.>>


Pero no sabía donde estaban ni como podría alcanzarlos al encontrase inmovilizado. Miró a su alrededor.


<<Debo captar la atención. El claxón.>>


Tocó el claxón sin parar. El sonido era contínuo y ensordecedor. Álex lo acompañaba de gritos de auxilio y socorro unidos a frases de desesperación.


Nada.


No se rindió. ¿Cuánto tiempo pasó así? ¿Una hora? ¿Horas?


Empezaba a sentirse cansado. Débil. Estar boca abajo tampoco ayudaba mucho. Un ser humano tan sólo puede permancer en esa posición sobre 14 horas. Después de este tiempo podría causarle un derrame cerebral debido a la presión arterial sometida a la gravedad.
No pudo aguantar más y se quedó dormido.


Un ruido lo despertó. Era de noche. La lluvia había cesado pero el frio aún era perceptible e insoportable.


Parecían pasos o algo se acercaba.


Álex volvió en sí y empezó a gritar pidiendo ayuda.


-¡Aquí...!¡Aquí, por favor!¡Ayuda!.


Lo que fuera parecía haber oido su voz de socorro y se acercaba lentamente. Pero no era lo que Álex hubiera deseado que fuera.


Unos ojos brillaron por un instante a causa de la posible luna llena que reflectaron contra estos. Aquella criatura lo miraba fijamente y emitía un gruñido conocido. 


Poco a poco avanzó por la parte delantera del coche y estando boca abajo era mucho más difícil reconocerlo.


El animal se acercó lento pero seguro hacia el cuerpo sin vida de Lucia.


Ahora Álex podiá verlo claramente.


El enorme lobo de pelo gris pasó a su lado sin hacerle mucho caso y empezó a olisquear a su amada.


-¡Déjala! ¡Maldito animal!¡Vete!¡fuera!


Álex intentaba con su brazo libre auyentar al lobo pero esto no hizo sino hacerlo enfadar y le mordió en la mano. Retiró la mano con un grito de dolor pero aún así insitió para que la bestia se alejara de allí.


El lobo mostró sus fauces, no iba a renunciar a su presa. Agarró del brazo roto del cuerpo inerte de Lucia y tiró hacia fuera del vehículo.


Álex seguía gritando con todas sus fuerzas pero el animal no desitía.


Miró a su alrededor.


<<¿Qué puedo hacer>> pensó.


Tocó el claxón y  dio las luces de carretera, las cuales iluminaron aquello como si por un instante fuera de día .El animal soltó su agarre y salió sobresaltado de allí. Álex siguió pulsando el centro del volante donde se hayaba el mismo y no dejó de presionarlo durante un buen rato. 
Después se relajó y miró con pena hacia su amor. Su brazo sangraba atraves del precioso jersey morado de lana.


Álex no podía más. No podía soportar mirarla y ver que no podía hacer nada.


-¡Joder! -gritó- Por favor, ayúdame. Si es que existes, por favor, te lo ruego, por favor, ayúdame.


Sus suplicas una vez más eran devueltas por el silencio mortuorio del bosque y el viento en la noche.


Pasaron las horas. El sol empezó a surgir. Poco a poco la luz fue devolviendo la claridad a la horrible escena.


Lucia mostraba su hermoso rostro desfigurado por los cristales de la luna delantera clavados en el mismo. Su brazo roto ahora tenía un regero de sangre que caía suavemente desde su mano, deslizándose con elegancia por su dedo índice y cayendo sobre el techo de aquél ataud de metal.

Álex abrió los ojos cuando los rayos del sol incidieron directamente sobre ellos. 
Le dolía mucho la cabeza y ahora su mano. La postura era dañina para su sistema circulatorio y ya era consciente de que a pesar de carecer de la percepción del tiempo sabía que al menos habían pasado unas ocho horas.
Miró a su amada de nuevo y una lágrima brotó de su ojo. Tocó su cara con pesar y retiró la mirada lentamente.
Tocó de nuevo el claxón y gritaba con la poca voz que le quedaba.
Era inútil. Era como estar en medio del desierto y gritar a pleno pulmón esperando recibir una respuesta.
Su rostro emitía la mayor de las desesperaciones.


<<No nos van a encontrar>>


Pensó en las baterías de los móviles. ¿Cómo podía ser que nadie les llamase?. Era lógico por un lado. El suyo estaba en modo silencio porque no quería que nadie le molestase mientras conducía. Era una cosa que él siempre hacia. ¿Pero y el de Lucia?
Como si de pronto, aquél pensamiento fuera escuchado por primera vez por algo superior, sonó un teléfono.
Álex buscó sobresaltado y nervioso al poder escuchar por primera vez durante horas un sonido familiar en busca del móvil.
No había reparado en él cuando por primera vez recuperse el sentido trás el accidente, presa de la ansiedad y el nerviosismo, el diminuto objeto se hayaba entre el protector de sol y la guía delantera de la puerta donde yacía Lucia. Se había introducido por entre el protector y tan sólo se podía ver la mitad de la pantalla que apuntaba hacía Álex.
En la misma, (pese a no poder verla entera), pudo reconocer rápidamente una foto de quien la llamaba.


Era Raúl.


<<¿Porque la llamaba?¿Me llamaría primero a mí y al ver que no cogía el teléfono la llamó a ella?>>

 

¿O eran ciertas sus sospechas que iniciaron aquella discusión y entre su amigo y ella había algo más?


<<¿Acaso importaba ya?¿de verdad importaba aquello ahora?>>


El móvil dejó de sonar y la pantalla permaneció uno segundos más encendida y después se vólvió a apagar.


<<Lo siento, Lucia. Lo siento tanto.>>


¿Qué más daba si fuera cierto?¿Y si hubiera algo entre ella y Raúl? Ella no era un objeto posesivo. Era libre. Era entendible el dolor al sentirse traicionado pero en una relación no puedes pretender que la otra persona sea un objeto al cuál denominar "mío o mía". Se había comportado como un auténtico idiota.
Las horas seguían pasando y Álex cada vez notaba más una leve presión en su cabeza. Se rendía a la realidad, quizás debía buscar el modo de acabar con aquél sufrimiento.


Mientras estos pensamientos recorrían su cabeza, no muy lejos de allí, a excasos cien kilometros, Roberto García, un camionero veterano con más de 22 años al volante, comentaba una anécdota del día anterior mientras desayunaba en una mesa de la gasolinera con unos amigos.


-¿Y no te fijaste si volvieron al carril contrario? -preguntó uno de ellos mientras daba un sorbo a su café.


-Fue muy rápido, tan sólo le pité y se volvieron a su sitio. Iba hablando por la emisora y ni miré por el retrovisor. Supongo que sí. -respondió él con incredulidad.


-¡¿Supones!? ¡Joder, Roberto! ¡Por dios!. ¿Y si se hubieran salido de la calzada?. -dijo uno dando un puñetazo sobre la mesa.- ¿En qué kilómetro te ocurrió?


-No sé, sobre el 23.


Su amigo se levantó de la mesa, se colocó la chaqueta y dejó dinero sobre la mesa.


-¿A dónde demonios vas? -preguntó él.


-¿A dónde crees? A ver si se salieron de la carretera, maldito viejo estúpido. -dijo mientras se daba media vuelta y salía de allí.


Roberto observaba por la gran ventana del bar de carretera como su amigo montaba en su camión y se marchaba.Poco después decidió ir trás él.


Álex renunciaba a seguir respirando. No los iban a encontrar. Pensó en como morir.


<<¿Y si me muerdo al lengua? Mi propia sangre me ahogará y todo acabará.>>


Intentó morderse. Notó sus dientes sobre su lengua, pero no se atrevía. Negaba con la cabeza y contra si mismo parecía luchar.


<<¡Hazlo!>>

 


Volvió a tocar el claxón y a maldecir sin parar. ¿Era la última oportunidad?
El camionero detuvo su camión justo al llegar a la señal de marca del kilómetro 23. Era una recta muy larga y todo parecía estar muy tranquilo.
Caminó durante cinco minutos y pudo observar a unos quince metros una frenada que salía del arcén.
Creyó escuchar en la lejanía el claxón de un coche y empezó a correr en su dirección.
Se asomó por la ladera y pudo ver el rastro que había dejado el coche sobre aquella hierba y a unos cien metros por fin lo vio.


Allí estaba el coche. Boca abajo.


Cogió su teléfono móvil y llamó a urgencias.


-Por favor, manden una ambulancia al kilómetro 23 de la N-636. Hay un coche ladera abajo. Por favor que traigan una grúa con brazo extensible.


Como pudo, poco a poco fue descendiendo por la ladera hacia el coche.
Su voz buscaba una respuesta en la esperanza.


-¿¡Hola!? ¡¿está bien?!


Cada vez más cerca. Hasta que pudo ver la horrible escena.


Había dos jóvenes atrapados en su interior. 


Intentó abrir la puerta del conductor, y a duras penas y con el acople necesario de todas sus fuerzas esta cedió levemente y logró llegar hasta el chico liberándolo de la presión que ejercía esta sobre su brazo y pierna.


El chico aún respiraba levemente.

 

Estaba inconsciente y sangraba de la boca. Logró soltarlo del cinturón de seguridad y sacarlo de allí. En cambio, miró a la acompañante y negó con la cabeza para sí mismo. La joven no pintaba nada bien. 


Se acercó por su lado e intentó,como hiciera en aquella ocasión su amado, encontrar su pulso pero fue inútil.


No se atrevió a mover su cuerpo.


No pasó mucho tiempo hasta que las sirenas rompieran aquél triste silencio.


Observó desde allí abajo como el grupo de las ambulancias le hacian señales con sus brazos y él con desgana les devolvía el gesto.


<<¿Qué hubiera pasado sino hubiese vuelto hasta aquí?>>


Miró de nuevo al cuerpo de Álex que respiraba con dificultad. Volvió a mirar hacia la parte superior de la ladera y vio como Roberto llegaba con su camión. Se bajaba de él,se llevaba las manos a la cabeza y caía de rodillas frente al mismo.


<<¿Habrán sufrido?>>


Se preguntó aquél camionero. Nunca podría imaginarse cuanto ni como.


De pronto vio algo.

 

El móvil de Lucia.

 

Lo cogió entre el ajetreo que comenzaba.


Tocó la pantalla y está se encedió.


Vio que tenía una llamada y un mensaje en la pantalla.


<<Te hecho de menos.>>


Pensó. Dedujo más bien, quizás con error. Pero ¿sería el conductor un pariente de ella y este el mensaje de su novio? o ¿era el amante de esta y tras una discusión en el coche ocurrió todo esto?


Miró a ambos cuerpos.


Luego al cielo y se dijo.


-Jamás lo sabré.

 

Y jamás lo supo.

 

 

ALMA DE FUEGO 

Os voy a contar un cuento.

Puede que sea verdad, puede no serlo.

Hace ya mucho, mucho tiempo, había un joven muchacho, solo, sin norte, solo, sin rumbo.

Vagaba por un gran páramo inerte y yermo bajo el frío. Helada su alma, helado su cuerpo.

Hasta que un día llegó a un hoguera enorme, que ardía con gran fuerza y con cálida luz por sus poderosasa llamas.

Durante un tiempo, daba vueltas alrededor de ella. Se sentía agusto, sientiéndo aquél leve calor que ella emitía y sentía.

Mas al final el joven de aquella calidéz se enamoró,tanto tiempo había estado solo en el frío y ahora tal era aquella sensación, que no podía evitarlo, así que sin dudalo se acercó.

Tan pronto estuvo cerca de ella la voz de una joven desde el fuego le habló.

 

-No te acerques muchacho. No te acerques más, por favor, o tu hermoso cuerpo quemarás y yo no soportaría tal horror.

 

Si ya de aquél fuego estaba cautivado, al oír la hermosa voz de una muchacha en su interior, su corazón aún con más fuerza ardió.

 

-Prefiero morir en las llamas de tu hoguera  sintiendo tú calor y ser ceniza en ellas, que volver a vagar por el frío muriendo en el mismo sin ser nada.

 

A lo cual la voz volvió hablar:

 

-¿No será mejor estar cerca de mí fuego sin llegarte a quemar? ¿ Sintiendo su calor, sin tener tú vida que arriesgar?

 

Y él respondió:

 

-Si así hago, te sentiré levemente  y el frío seguirá cerca alimentando mi lamento y no deseo sentirlo ni una vez más. Prefiero arder contigo. Que mi cuerpo arda en tú fuego y que mi alma sea libre para estar contigo.

 

La muchacha había sido un bruja hacia tiempo. Repudiada por todos, traicionada por otros, y su alma eterna atrapada por el ardiente fuego, sin poder jamás escapar al cielo. Sin haber sentido nunca, un amor tan desinteresado y bello.

 

Y aquél joven se lanzó sin pensar.

Su cuerpo se consumió en las llamas sin siquiera gritar y ya no volvería a la tierra nunca más.

Su alma abandonó su cuerpo y pudo ver a la muchcha ante él. Con lágrimas de tristeza en su rostro que quiso consolar.

Se abrazaron, se besaron y la hoguera poco a poco se fue consumando.

Las brasas dejaron de arder, las cenizas con el viento se fueron también.

Un rayo de sol iluminó el yermo páramo que había dejado el dolor.

Los jovenes lo miraron y sus almas ascendiron, agarrados ambos de la mano.

Ya no había frío.

Ya no había miedo.

Ya tan sólo había, 

un amor sincero.

LORELAY

La preciosa Lorelay se despertó de nuevo.

Ahí estaba, bajo el mismo árbol, viejo y siniestro. Cada noche de aquellos días, solía pasarle con gran frecuencia. Amaba a la madre natura y por ende, a todo ser de la misma.

Apenas sí contaba las 18 primaveras. De pelo rizado y rojo, como la pasión de su corazón libre y loco.  Sus ojos claros que eran envidiados hasta  por los mismísimos cielos.

Lejos de todo y perdida en la historia, ni siquiera sabía el año ni la era. Sola vivía con su madre en una hermosa casita de madera.

Siempre feliz, siempre risueña.

Llegó a casa y observó a dos hombres muy elegentes vestidos, más como dijimos, no sabemos de que año eran.

Vestidos con trajes negros, camisa blanca y chistera.

Parecían despedirse de su madre y se alejaban al llegar ella.

No parecieron llamar mucho su atención, que "quienes eran" ni siquiera preguntó 

Su madre la enseñó todo cuanto sabía, pues fue maestra en su día, y conocedora de grandes secretos de la vida.

Una noche de lluvia y melancolía, a la puerta de la humilde casa llamaron con premura. Lorelay de curiosa alma innata, se despertó sobresaltada y rauda a mirar por una ventana.

Su madre con cautela, y daga en mano izquierda, abrió la puerta que de golpes resonaba.

Un joven, apuesto, de bello cabello moreno y ojos de las almendras más claras, entró empapado y exhausto.

Explicó ante ambas perplejas, que su caballo tras la ira del trueno y la luz del rayo, se escapó exaltado y solo en el bosque quedó el muchacho.

Sea el destino o mera coincidencia, de la misma edad de nuestra amada Lorelay era.

Sobra decir entonces, que en bellas miradas, sobraron decirse palabra alguna.

La sonrisa del noble muchacho la cautivaba.

La madre, al ver su nobleza, de buena gana, con una caliente manta invitó al joven a dormir en una esquina.

Durante la noche, cayó rendido por la aventura, y nuestra Lorelay curiosa, en la sombra de su cama, lo observaba.

Llegó la mañana y el hermoso chico partió de la morada, pero prometió volver si su madre le dejaba. Más no hubo respuesta, pues esta callaba.

Lorelay quedó prendada y deseaba volver a haberlo si el viento, el sol, la luna o quien quisiera que fuera, así lo esperaba.

Y pasaron los días y Lorelay se escapaba. En busca del joven, de buscar su hogar si por allí estaba. Y vagando de nuevo, se quedó dormida.

Tuvo un sueño.

Escuchó entre los arbustos, los pasos de alguien que parecía buscar algo.

Se acercó y para su alegría era el muchacho que mapa en mano parecía querer llegar de nuevo al hogar del que aquél día volver prometió. 

Ella alegre de su escondite salió. Y en el camino de su amado, tras de él, apareció.

Contenta ella le llamó, pero al girarse, este un rostro de pánico mostró.

Ella confundida de nuevo se explicó, más el joven tan sólo de culo al suelo cayó y asustado de ella sin reconocerla si quiera, raudo se levantó, y corrió.

Lorelay no entendía la situación y tras de él también corrió.

Su amado tropezó y todo de nuevo cambió.

Vio escenas violentas de como su amor, parecia intentar protegerse de algo con horror.

Sangre, miedo y dolor.

Y ella despertó ante tanto pavor.

Y allí estaba nuestra amada Lorelay de nuevo. Bajo aquél viejo y siniestro árbol, cada noche de aquellos días. De aquellos de la hermosa y bella luna llena.

ESCÉPTICO

                           
¿Cómo demonios podría aceptarlo?
El cuerpo de aquél hombre se cernía sobre nuestras cabezas, cruzificado en el techo, el cuál estaba a unos tres metros de altura y el fallecido pesaría unos ochenta kilos.
Llevaba un largo tiempo dando vueltas por la habitación de aquél hostal de mala muerte donde el desgraciado había perdido, al parecer, cruelmente su mísera vida.
La prostituta, con la cuál había yacido, comenta en su declaración que tan sólo se ausentó unos minutos para ir al baño y en su regreso lo vio allí, cuál cristo.
Aún parecía estar con vida el hombre pero no alcanzó a decir palabra alguna.
No sabe decir con exactitud cuantos minutos fueron, algo crucial, pues, de haber sido humanamente posible, (¿qué estoy cuestionándome?, ¡por supuesto que fue humanamente posible!), el tiempo para ejecutar algo así, debió ser largo.
La ramera está drogada, cocaìna posiblemente, y no me extrañaría que al ir al baño hubiese perdido el sentido y al despertarse y volver a la habitación no hubiera escuchado ni visto al asesino.
Pero lejos de mi esepticismo, no podía negar la evidencia asombrosa. Admirable de aquél, o aquella, creo que hombre, por los factores de tiempo y peso, ejecutó en aquél lugar.
Tomo todas estas notas en mi libreta habitual y observo que la ventana está cerrada con el pestillo y que están en un tercer piso. Me asomo, la caida sería sobre suelo firme y asfaltado que da a una calle de tránsito tranquilo, pero de huir saltando, arriesgando a romperse un pie o peor, y calcular que no pasase ningún viandante en ese preciso momento, era poco problabe. Miro hacia arriba, observo que el tejado tiene un saliente con el canalón correspondiente y siendo muy hábil se podría acceder a él, mas, una vez arriba, habría que ver por donde hubiera bajado o pasado a otro edificio.
Salgo de la habitación y pregunto al posadero por el acceso al tejado y este amablemente me acompaña.
Una vez arriba compruebo una vez más la imposibilidad también de esa opción, dado que la distancia entre los dos edificios contiguos es mayor a unos cinco metros y ambos sobrepasan la altura del que estamos. Así pues, inviable.
Entonces, quien fuere, salió por la puerta principal.
Comienzo mi ronda de preguntas a los allí presentes, pero no logro nada. ¿Cómo es posible?
Necesito relajarme.
Salgo a la entrada del hostal y enciendo uno de mis cigarrillos. Es un vicio muy malo que llevo conmigo desde los 13 años y ya tengo unos cuantos más de la treintena.
Toso, creo que debería hacer caso a mi doctor, pero ya me da igual. Mi amada Carly murió. No tuvimos varón ni niña. Siempre fui un solitario y no tengo muchos amigos, tan sólo Nubert. Mi entusiasta y crédulo Nubert. No tardará en aparecer y al menos me hará reír con su estusiasmo y misticismo de esta época.
Me viene a la mente ahora mismo, como ayer, en la cena del conde Rupert, se prestó a aquella sesión de espiritismo. Sonrio aún al recordar su cara de perplejidad ante aquél espectáculo.
Vaya, y miren quien viene por ahí justo con este pensamiento.

-Jhon. Deja eso por el amor de Dios. Sabes que tienes...

-También me alegro de verte amigo mío. -Le corto, por que estoy harto de aquella frase.
 
-¿Y bien?¿Qué tenemos? -me pregunta con ansiedad.

Es tan joven y lleno de esa energía que huele a coche nuevo recién salido de fábrica. Pero le tengo un cariño asombroso. No sé porque, pero es un joven que se hace querer. Quizás sea por ese positivismo que está muerto en mi. Por esa vitalidad que hubo en mi. Quizás, por que es mi yo de hace unos años y lo necesito, pues, tampoco tengo a nadie más.

Había empezado a llover, poco antes de entrar yo en la escena del crimen y él llegaba empapado. Con su traje negro y abrigo a juego. Su gracioso flequillo empapado tapaba levemente su oscuro ojo izquierdo. Maldito bobo, encima era un chico guapo, pero no sabía sacarle partido a ese don. Demasiado metido en el trabajo, demasiado. Pero espero que pronto lo amarren, a ver si lo calman un poco.

Subimos las escaleras hasta la escena y sonreí metros antes de entrar porque sabía lo que iba a soltar.

-¡¡Dios, Jhon, es fascinate!!- decía mirando el cuerpo de aquél hombre, pasando por debajo de él, maravillado como un niño ante un mago. -Es lo más asombroso que hemos tenido nunca delante. ¿Lo ves Jhon? Esto es sobrehumano. -me decía señalando el cadaver. -Y mira, tenía tu maldito mal hábito.

¿Cómo no me di cuenta? No había reparado en el paquete de tabaco que estaba debajo de aquella cama que en algùn momento de aquella oscura y misteriosa noche tuviera más vida que ahora.

-¿Qué conclusión has sacado? -me pregunta sin mirarme, aún asombrado observando la obra del asesino.

-No lo sé. -respondo a mi pesar.

-¡No puedo creerlo! El gran investigador y detective de Londres, Jhon Lonewolf, no sabe que ha pasado. No tengo palabras. -sonó burlón mientras me miraba sonriendo.

-Tus burlas no nos darán los hechos, novato.

Me acaricié la barba que llevaba de hacia más de un mes. Me rasqué mi pelo negro pero levemente invadido de canas y por un instante no puede evitar suspirar.

-Pues sí que te ha impactado amigo mio. Yo sólo te puedo decir que...

-Ni se te ocurra Nubert. Y menos delante de los agentes.

Sabía que iba a decir. Alguna de sus conclusiones místicas y alocadas y no quería que se burlaran de él y mucho menos de mi reputación.
Volví a toser, y esta vez noté el  sabor de mi sangre, y suavemente con mi dedo índice toqué mis labios y pude comprobar mi sensación.
Nubert me vio, pero tan sólo cambió su semblante y me miró con pena. Su cara me decía todo.
Tras salir de allí, y ya habiendo venido los forenses, haber logrado bajar a duras penas el cuerpo y demás, nos dirigimos a tomar una copa al bar habitual.
Una vez allí encendí uno de mis cigarrillos ante la cara de desaprobación de mi querido amigo que no pudo evitar comentar.

-Jhon, ¿porqué no lo dejas? Sabes que...

-Si, si, si. Ya vale Nubert. Lo sé y sabes que me da igual. Ya me da igual. -soné firme.

-Pero a mi no, amigo mío... -tocó mi antebrazo sobre la mesa del bar y su cara era de una tristeza y bondad digna de alguien que te aprecia mucho. Pero lo siento mi estimado Nubert, ya todo me da igual.

Charlamos sobre los casos que llevábamos dos meses investigando. Todos ellos tenían algo en común, muertes extrañas, por definirlas de alguna manera. Pero sólo tenían una coincidencia.

-Todas las víctimas estaban enfermas, Jhon. -dijo tomando un trago de la jarra de cerveza.

-Pero, ¿crees que es algo relevante? -pregunté, dudando del dato en cuestión.

-¿En serio, Jhon? El asesino podría ser del gremio médico. Podría ser un doctor que sabe de los expedientes de cada víctima.

-¿Un Jack el destripador, Nubert? -marqué un mueca de sonrisa en mi cara mientras sorbía aquél delicioso nectar.

-¿Puedes dejar ese aire tan burlón? Tiene un gran sentido lógico. Peor hubiera sido mi conclusión al ver el hecho sobre humano de hoy. -está vez sonó con enfado y golpeó con su puño la mesa y todo el bar se quedó en silencio por un segundo observándonos.

-¿Quieres calmarte? -le dije posando mi mano sobre su hombro.- ¿Qué conclusión?

-La parca. O un demonio que se lleva a los moribundos.

-¡Dios santo, Nubert! - Soné muy enfadado. Me calmé. Guardé silencio un segundo. Agaché mi cabeza y le miré con ternura. -Me voy a casa.

-¡Jhon! Podría ser algo inexplicable. -me decía mientras me alejaba y tuve que girarme.

-¡¿La parca?! ¡¿En serio?! -soné rudo- Es inexplicable, sí, pero ¡¿la muerte?! Es ridículo -lo último lo dije señalándole con el dedo.

Sé que fui muy cruel con él. Podría incluso creer en espíritus o fantasmas, antes que aceptar que la muerte se paseaba por Londres, como una persona de verdad, matando a diestro y sinientro.
Iba maldeciendo por el camino a casa.
Llegué y entré en el recibidor. Dejé mi abrigo sobre el perchero de pie y me dirigí al salón a tomarme una copa y sentarme un momento.
¿Lo había dicho en serio? ¡Por supuesto! Era Nurbet. Creía en todo lo paranormal.
Tosí de nuevo. Y una vez más la sangre me saludó.
De pronto escuché un ruido en el piso superior. Parecía haber sido un crugido del suelo de madera.
No le presté mayor atención, necesitaba relajarme. Volví a sentarme en el butacón de piel negro.
Miré la foto de mi amada Carly sobre la chimenea. Me levanté y la cogí. Como la añoraba.
Regresé a mi sillón, me senté y volví a servirme otra copa más de aquél licor amarillo.
Al rato, morfeo me llamó y caí en sus brazos sin rechistar.
Otro estruendo más en el piso superior me hizo volver del lugar apacible en el que mi agonía real se hayaba.

-¿Hola?

Que estúpida pregunta por Dios, soy policia, debe ser el alcohol.
Cogí mi pistola que llevo en mi funda dorsal y me dirijo a ver que ha sido ese ruido.
Poco a poco, arma en mano y apuntando al frente, voy subiendo las escaleras.
El pasillo está en calma, y las puertas de las habitaciones siguen cerradas, mas, veo que el jarrón que se encontraba sobre una mesita del pasillo está en el suelo hecho añicos.
Extraño. Ciertamente. Me acerco y me agacho a tocar los trozos.
No le voy a dar importancia. Alguna corriente lo habrá tirado.
Mañana lo recojo, ahora necesito dormir.

-Jhon...

Una voz me acaba de llamar. Me sobrecojo. Viene del piso de abajo. Si acabo de subir.
Me asomo desde el rellano de la parte superior y miro hacia abajo. Tanteo con la vista, pero no veo a nadie.
Agito mi cabeza. He debido de beber de más.
Voy a mi habitación. Me aseo y me tumbo en la cama tal y como estoy. ¿Para que cambiarme? Estoy muy cansando. Muy, cansado.

-Jhon...

Me vuelvo a despertar. Lo he oído claramente esta vez. Como si estuviera en la habitación.
Me recuesto, y observo entre la oscuridad y la leve luz que entra por al ventana.
Repaso la habitación. Poco a poco.
¡Dios santo! Veo un sombra en una esquina, una silueta, negra como la noche.
Enciendo la luz de la mesilla y miro de nuevo.
Nada.
Observo durante unos momentos, con nerviosismo.
Suspiro y apago la luz.
Me vuelvo a rescostar. Debe ser mi imaginación.

-Jhon...

Una vez más. Miro a mi lado y la veo. Aquella silueta, alta y negra. Lleva una capucha y extiende su mano pata tocarme.
Caigo por el otro lado de la cama. Intento encender la luz, pero no funciona. La miro, ¡dios mio!, es real.
Corro hacia la puerta y salgo de la habitación tropezando en el pasillo. Me levanto rápidamente.
Cojo mi arma y apunto hacia la puerta, si aquella cosa traspasa el humbral, vaciaré todo el cargador sin dudarlo.
Oigo crugir el suelo. Viene hacia a mi.
Se asoma en la puerta y comienzo a disparar pero aquella cosa no parece sentir nada. Las balas la traspasan e impactan en la pared y en la puerta.
Avanza, lenta pero segura hacia mi.
Me dirijo al piso inferior y voy hacia el armero del salón. Allí tengo una escopeta.
Llego y con nerviosimo por fin logro abrir el candado. Cojo los cartuchos e intento introducirlos en ella.
¡Ya está! ¡Ven maldita cosa!
No la veo. No está. ¿Dónde está?
De pronto, detrás de mi, detrás de la mismísma pared, sale aquél expectro negro. Toca mi hombro y disparo, cinco tiros seguidos que huibieran tumbado a un león. Pero nada.
Es inútil.
Las lágrimas brotan de mis ojos. Siento un pánico indiscriptible. La observo. No se ve su rostro bajo aquella capucha.
Es enorme.
Cojo mi bloc de notas. Debo hacerlo. Es lo único que puedo decir, algo debo dejar.
Escribo y lo dejo sobre la mesa, donde momentos antes estuviera feliz observando la foto de mi amor.
Ya voy, vida mìa.
Ya la siento. Calma. Silencio.

Llegó el nuevo día. Nubert llegó a casa de Jhon como hiciera todas las mañanas y tocó al timbre de aquella casa inglesa.
Extrañamente su amigo tardaba en abrirle.
Se asomó por la ventanilla lateral del hall y miró hacia el interior.
Después giró el pomo y la puerta se abrió.
Su amigo debió beber la noche anterior y olvidó de nuevo cerrar la puerta.
Al entrar, fue al salón, donde seguramente su compañero dormiría la borrachera, pero no estaba allí.
En cambio, sobre la mesa, había una copa, una foto y una nota.
Nurbet se acercó y poco a poco distinguió la letra de su amigo.
La cogió suavemente y pudo leer:

"Tenías razón"

Nurbet soltó la nota que cayó suavemente sobre el suelo.
Miró al fondo del salón y vio el armero abierto.
La escopeta en el suelo.
Los cartuchos vacios.

-¡¿Jhon?! ¡¿Jhon?!!
 

CORREGIR EL ERROR

 

 

La lluvia caía con gran fuerza y el tintineo rítmico y mélodico, lo calmaba. Mientras escribía en su escritorio, recordando las cosas que a lo largo de su vida había hecho mal. Pues equivocarse es normal, pero él de todo error quería mejorar. Un enorme rayo iluminó completamente el salón y tras de él un trueno majestuoso que hizo vibrar las parades. Y junto con tal alarde de fuerza, la madre naturaleza le dejó sin luz en el hogar. De pronto, de esa manera tan súbita que ocurren los sustos, le pareció ver algo en el largo pasillo el cuál podía verse desde el salón, y más desde su escritorio que quedaba frente al mismo. Extrañado preguntó:

 

-¿Hay alguien ahí?

 

Estúpida pregunta, ¿acaso creemos qué el intruso nos devolverá la misma?

 

Se levantó de la silla de roble a juego con la mesa y abrió uno de los cajones laterales para sacar una vela roja. La encendió y armado de la curiosidad liderada por el miedo, salió al largo corredor.

 

Otro rayo más y su eterno amigo y compañero sonó de nuevo.

 

Avanzó sin mirar atras, a aquél salón de nostalgía y escritos funestos de depresión, hasta que algo a sus espaldas lo llamó.

 

-Nathan....nathan...-una voz de mujer, su nombre susurró.

 

Con temor se volvió y un espectro, blanco como la luna llena y los ojos del mismo color, con su pelo negro cuan noche, allí, frente a él apareció.

 

Nathan dio un tras pie y de espaldas cayó, mientras con sus ojos vidriosos por el miedo comtemplaban al espectro con horror.

 

-¿No ibas a aprender de tus errores? -le preguntó.

 

-Si...siii...- él respondió.

 

-Pues no has echo mas que rendirte sin arreglarlos, te digo yo. -el espectro flotando hacia él avanzó.

 

Nathan con sus manos, aún de culo en el frío suelo, de ella intentaba sin remedio alejarse y la miró.

 

-Y eso quiero y pretendo yo.

 

-¡¡Mientes!! -la joven le reprochó- Pues mira que tan cobarde has sido y tan hombre creíste ser que yaces hay amigo mio sin cambiar si quiera tu ser.

 

Él con miedo a la joven con su mirada esquivó, para buscar así el gran salón. Y allí, en el escritorio de roble y dolor, donde él pensó hacer lo mejor, allí su cuerpo inerte yacía, muerto sin remisión.

 

-Has tardado en enmendar todo error, pues hombre orgulloso soís mi señor. Y tarde quisísteis enmendar, el dolor que a otros llegastéis a ocasionar. Ahora os vengo a reclamar, y el en infierno tiempo tendréis para llorar.

 

De tus errores aprende y admite el error, pues perfectos no somos pero podemos ser mejor. Y no hagas daño a otros sin pedir perdón, que el perdón de tus aptos será el resultado de una vida tranquila, sin remordimientos ni dolor.

LA CALMA AL FIN

Cada día paseaba por allí.

El cementerio era tan tranquilo como las personas súelen decir que es.

Pasaban los días, los meses, los años... Le resultaba tan difícil abandonar aquella calma, aquella paz. Quizás por estar inmerso en sus recuerdos. Aquellos que tan sólo quedarían por siempre, sólo aquellos momentos pasados, anclados a su ser, tan sólo eso y nada más.

Triste, melancólico, solo.

Paseaba lentamente mirando aquel lugar de reposo eterno. Las lápidas, algunas muy hermosas, los mausoleos familiares, las estatutas de ángeles que parecían protegerlas.

Cuanta nostalgia de tiempos mejores.

Era consciente de que no había aprovechado su vida. Fue una de esas personas que querían vivir al máximo. Un acto egoísta, eres dueño de tu vida , sí, pero también has de ser consciente del daño que puedes hacer por tus abusos sobre aquellos que te quieren. Vive tu vida, pero piensa en tus actos, si estos pueden dañar a quienes amas.

Pero ya de nada servía arrepentirse.

Era tarde.

Pero...tantas cosas aún así por decir, por hacer...

Siempre allí, paseando, esperando...

Siempre para verla. Poder verse de nuevo. Intentar sentirse como cuando estaban juntos.

Por las mañanas, sentir y ver ese sol radiante inundándolo todo. Iluminando ese lugar de reposo eterno.

Por las noches, la luna llena daba calma, más aun si cabia.

Tarde para arrepentirse.

Y un día más llegó el momento del reencuentro.

Allí estaba ella.

Radiante, inmortal, inmutable. Como él. O al menos eso a él le parecía.

Ni una palabra. Al principio no hubo ninguna. Siempre guardaba silencio durante un instante. A veces hablaba del pasado, otras tan sólo lloraba.

Y él tan sólo escuchaba. La observaba, se arrepentía, una y otra vez.

De su gran vida, esa de tantos abusos, de carpe diem sin control, de pensar en sí mismo. De no poder estar juntos de nuevo por su egoismo.

Ya era hora de decir lo siento.

El viento sopló con fuerza, moviendo el largo pelo de su amada, como si este fuera acariciado. Y aquella corriente recorrió su mejilla y se alejó en el cielo, llevándose con ella una hoja de roble.

-Te echo tanto de menos.

Dejó las flores con calma y comprendiendo que por fin él había encontrado un camino de calma por fin trás tanto tiempo perdido en vida.

 

EDGAR GRAY

Yo sabía que lo nuestro no podría ser. De ser así, maldición segura recaería sobre mí. Mas, una joven adolescente como yo parecía no poder luchar contra su corazón cuando su mente la decía que no.

Y es que a esta edad, debemos aceptar, que cierto es que nuestros impulsos vencen a la razón en lucha inútil.

Y ahí estaba él.

Frente a mí. Charlando con unos hombres que lo admiraban. Quizás incluso eso me gustaba. Que era popular, aceptado y respetado. Sobra decir que mayor que yo. Pero me daba igual, me atraía de él no sólo su posición, sino todo su ser.

Era brillante, inteligente, guapo y atractivo.

¿Qué hacía yo allí?

Me atrajo la historia fantástica de mi mejor amiga, quien hablaba de él diciéndome que era inmortal.

Vaya fabula ¿verdad?

Pero resulta, que lejos de tal realidad absurda, pudo mostrarme una foto antigua que llamó mi atención.

La foto en cuestión, mostraba a aquél hombre en un año muy posterior, y como no, era imposible que estuviese ahí, firme, ante esta muchacha boba, encantada de lo que observaba.

Era moreno, de pelo corto y liso. Alto y fuerte y de preciosos ojos marrones, profundos que al mirarte parecían desnudarme.

Pues me vio, me miró, y en mi reparó.

Incluso, me sonrió y su sonrisa era preciosa y cautivadora, de esas que te hacen devolverla sin saber el porque.

Elegante al vestir, como un novio iba debo decir, y no era precisamente una boda.

De negro traje, con chaqué, y camisa blanca y chaleco negro. Corbatín del mismo color con bordados blancos que parecían ramajes enroscados.

Tan guapo.

Por fin, cuando con aquellos hombres hubo acabado, se me acercó tan lentamente, con grácil caminar, digno de un modelo, debo puntuar, y majestuoso y digno de observar.

Era joven, no más de 35 años y tenía, no, emitía algo que no puedo explicar.

¿Carisma, tal vez? No lo sé. Pero quedabas prendada de su presencia en sí, vulnerable, debo decir.

Su solemnidad o su propia seguridad, eran perceptibles.

Cuando a mi logró llegar, su voz incluso, era grave pero al mismo tiempo profunda y tranquilizadora.

 

-¿Señorita...? -extendió su mano, preguntando, deseando saber mi nombre.

-Sarah. -soné tan dulce, como atontada.

 

Él sonrió, seguramente a ver mi porte atontado. Dios, espabila mujer.

 

-Y bien, señorita Sarah, ¿qué la trae hasta aquí?

 

Yo era reportera, debo decir, y responder a vuestra incógnita de a donde fui.

 

El hombre en cuestión, es Edwar Gray. Gran artista, debo decir. Pintor, escritor, músico y compositor.

No podía decirle que iba a verle por una foto de hacía 200 años, así que rauda inventé una escusa creíble para él.

 

-Quiero entrevistarle para el "Sombras de atardecer". Nos gustaría sacar la entrevista del gran artista en él.

-He oído buenas críticas, señorita, de ese su periódico, y será un honor responder. Por aquí, por favor. -con un gentil gesto indicándome que lo siguiera, a un despacho llegué.

 

Cerró la puerta y me invitó a sentarme en la silla del escritorio frente a él.

 

-¿Quiere tomar algo, Sarah? -antes de sentarse se sirvió una copa de una mesilla cerca de un ventanal que mostraba la gran cuidad. Estábamos en la planta 58.

-No, gracias.

-Como gustéis.

 

Se sentó frente a mí y rauda comencé.

 

-Dígame, señor Gray. ¿Qué proyectos tiene pensados tras la exposición sobre la vida que hemos visto hoy?

-Mi querida Sarah. La vida es un reloj en cada uno de nosotros. Un tiempo concedido que gastamos como podemos con ansias de gastarlo sabiendo que moriremos. Todo pasa, señorita, pero nunca apreciamos casi nada. -sonó nostálgico y se levantó de la mesa y se apoyo sobre el ventanal mirando al exterior pensativo.

-Señor Gray. ¿Está usted bien?

-¿Tiene usted pareja? -me preguntó sin desviar la vista del infinito de la noche.

-Creo que no le incumbe señor Edwar.

-La ruego por favor nos tuteemos para poder abrirme más a usted. -esta vez se giró para mirarme y en sus ojos pude ver nostalgia y noté que quería decirme algo que jamás debió decir tal vez.

-Está bien. Que te ocurre Edwar. -me sonó artificial, raro llamarlo por su nombre y la situación era extraña.

-Hace tantos años que me es imposible enamorarme, Sarah. -se acercó a mi y mi mano agarró. Pensé que quería seducirme, que quizás ya que era tan atractivo, utilizaba esa táctica para conquistar a todas y por un momento soné dura.

-No soy así, señor Gray. -aparté su mano de la mía con brusquedad.

-¡Maldita sea!, no la intento ligar. -se enfadó y lanzó la copa contra la pared rompiéndola en mil pedazos y me asusté.

-Mejor me voy, señor Gray. -cuando me levanté y el pomo de la puerta fui a tocar, su mano sobre mi cintura suave sentí y sus palabras me hicieron parar.

-Créeme, Sarah, no te quiero conquistar. Necesito decirte una verdad, y sé que suena tópico, vulgar, pero es a ti a quien te la quiero contar. Por favor, márchate si quieres, no te voy a obligar, pero créeme, es que no puedo aguantar más.

 

Solté el pomo y me giré, lo vi triste, derrumbado, mirando el suelo y la pena de mi se apoderó.

 

-Está bien. Tranquilo. Cuéntame. -esta vez igual que él, soné natural, estaba más tranquila y noté como si pudiese confiar en él, como si de pronto fuese un amigo de hacía tiempo atrás.

-No sé como empezar. -esta vez se sentó en un sofá de piel negra que había cerca del ventanal.

-¿Qué tal por el principio de lo que me quieres contar? -empecé a escuchar a la gente de fuera que se debía marchar. Me iba a quedar sola allí con él, y ni siquiera dudé.

 

Cuando comenzó a contar su historia, no pude evitar reparar sobre una pintura que sobre el sofá se erguía. Era un enorme cuadro que mostraba a muchas mujeres rodeadas de llamas y desnudas todas, parecían desear salir de la obra que parecía un infierno de dante perfectamente ilustrado y detallado, como si de una foto se tratase.

 

-Todo comenzó hace tanto tiempo. Era un niño, y nunca conocí a mi padre. Tan sólo me hablaron de él y de que murió en extrañas circunstancias que luego narraré. Yo era un niño normal que pasaba desapercibido en realidad. Viví una vida sencilla aunque mi familia adoptiva era rica. La vida que te paso a narrar es una de todas las que pude vivir. -me extraño aquella expresión, se acercaba a algo que había visto en una foto, increíble.- Estudié y en el instituto de una joven me enamoré. Amelia. Tan hermosa y bella. Todo iba perfecto en aquella vida. Acabamos de estudiar juntos incluso en la universidad. Y acabada esta, una vida quisimos empezar. Una hermosa casa elegante en la cuidad y una boda preciosa debo afirmar. Que bellos años, Sarah, que bellos que jamás volverán.- Miró al techo y luego continuó-. Pero por desgracia yo no podía darle hijos, y ella quería tenerlos. Y adoptamos una niña, Enae y luego a un niño, Miguel. Nuestra familia era feliz, nada nos faltaba. Pero entonces todo empezó a ser extraño, mi querida Sarah. -me volvió a agarrar mi mano que tenía sobre mi pierna y esta vez me miró a los ojos con un cariño digno de un buen amigo y me cautivó-. Empezaron a envejecer. Sí, sé que has reparado en ello. Ellos, no yo. Y no sólo vi morir a mi mujer, mi querida Amelia quien al morir me preguntó que porque no envejecía y no sabía que respuesta se merecía. Era duro, fue difícil verla marchitar y yo seguir igual. Y después mis hijos también. -unas lágrimas en sus ojos vi-. Y tras la desgracia tuve que existir. Y vivir. Eso ocurrió en 1832. -no pude evitar mirarle con asombro y cierto ingenuismo.

Del sofá se levantó y dio un par de pasos de espaldas a mí y después se giró.

-Y mírame. No cambié ni un rasgo de mi aspecto exterior, mientras que por dentro, todo mal conocido era yo. -sentí cierto miedo- Pues para mi desgracia un día descubrí el porque.

Guardó silencio. De pronto comenzó a llover y la intensidad del agua contra el ventanal chocar y la oscuridad de la sala alumbrada por la tenue luz del escritorio hacían mas siniestra la historia en verdad.

-Supe quien soy, Sarah. A mi desdicha fue unida el pasado de un padre que ya había enloquecido antes que yo. Una historia escrita por un hombre brillante que todos creyeron ser fábula y no. Y todo cobraba sentido para mi que tras aceptar lo que era y con el tiempo lo que fui, pude al final descubrir. Mi padre fue antes que yo igual. Pero él tenía un retrato que al tiempo pasar se llevaba consigo todo su mal y mi padre seguía siempre perfecto e inmortal.

-"El retrato de Dorian Gray" -no pude evitar en alto perpleja pronunciar.

-Sí, así es. Pues la historia que de mi padre oí y jamás comprendí tenía sentido cuando pude tal obra leer. El echo de que al encontrarle muerto su cuerpo viejo apareciese en su ático y no él. Aquél joven que todos vieron nunca envejecer. Sí, Sarah, yo soy el hijo de Dorian Gray.

Un relámpago iluminó la sala y su rostro se volvió siniestro y retorcido y un poco, por un instante, algo envejecido.

-Y ahora, después de saber, que su cuadro absorbía todo su mal ser, descubrí que entonces yo también debería tener algo así.

Ahora comprendí, el cuadro que antes vi, y que se cernía sobre mi.

-Sí, Sarah, así es. E ahí las almas a las que debo mi ser.

Tuve miedo y me levanté pero el fue más rápido y me volvió a tumbar en suelo. Quise gritar pero con su mano mi boca pudo tapar.

De su espalda un puñal y allí, ese sería mi final.

-Tu vida me servirá para seguir la mía.

Y hundió el mismo en el corazón de su victima y ella murió. La tormenta acompañaba en su tintineo el ritmo del corazón que se apagaba y al final, en el cuadro, una nueva imagen aparecía.

Nunca más se ha vuelto a saber de Edwar Gray. Desde aquella noche, al menos, ni hasta el día de hoy.

ANABELLA

 

Yo era un hombre normal. Sin gustos extraños, sin ideas extrañas, ni pensamientos que nadie pudiese entender. Un hombre sencillo, humilde, desapercibido.No era muy agraciado, lo sé, sobre todo porque mi tez mostraba aquella marca que siendo niño me dejó para toda mi vida sentenciado al rechazo de las damas.¿Qué que ocurrió, preguntáis?Era un niño inquieto, eso sí, ¿pero cuál no lo es a tan temprana edad?Mientras jugaba un día en las obras de un nuevo hogar de nobles debo decir, allí trasteaba yo por los andamios que majestuosos se alzaban sobre la fachada y que para mi eran más una diversión que un peligro.Así de insensatos somos cuando somos niños.Pues resultó que yo corría por encima de aquellas alturas hasta que para mi desdicha caí de allí golpeándome la cara contra varios barrotes de hierro del andamio y cayendo finalmente al suelo.Pude morir, lo sé, mas no fue así y ojala lo hubiese sido, pues desde aquél día hasta hoy, tan sólo he vivido en las sombras de todo lo conocido.Soy buen hombre. Y dado que mi aspecto no iba a atraer a nadie que me gustase, lo sé, decidí estudiar y ser inteligente y así al menos mi mente, digna de admiración resultaría. Y así fue.¿ Preguntáis que le pasó a mi rostro para ser tan horrible?, cierto, lo olvidé.Pues perdí un ojo y la parte de mi rostro que contra el suelo chocó me dejó la cara hundida y perdida parte de mi mandíbula.Pero dejemos eso aparte o al imaginaros mi imagen, de seguro no querréis leer mi escrito.Os aviso que mi historia es dura, cruel y de macabro final. Quizás muchas pistas no debo dar.Volvamos entonces a lo de estudiar.Pensé para mi época que doctrinas eran dignas de admirar y para nada sencillas y debo apreciar que como bien dije, era un chico normal. Mi coeficiente intelectual no destacaba mucho, o al menos eso pensé, aunque debo añadir, que con esfuerzo y dedicación, cualquiera hubiera podido lograr mis proezas, más tarde, quizás antes, pero sin duda.Primero fue la metafísica, después la matemática, y todo aquello relacionado con la ciencia se me daba bien.Grandes convenciones de grandes e ilustres hombres llegué a llenar de asombro y admiración. Y pesé a que mi rostro era un horror, al menos entres los hombres podía encontrarme yo.Fui ambicioso y entonces decidí crear algo nuevo que nadie al menos hubiese visto.Una máquina que pudiese decir si un hombre o una mujer, era fiel a su amor sin ningún margen de error. La llamé "Fidelis".En sí llamó mucho la atención y su funcionamiento era como el de un detector de mentiras pero aún mejor.Una persona que crea mucho su propia mentira no sería detectado por un sensor de la maquina en cuestión, pero en la mía todo iba hacia la vista.Sí, la mirada. Esa que no puede mentir nunca. Es muy difícil mirar a alguien y sin parpadear poder mentirle con total seguridad.¿Qué porqué una máquina tan peculiar? Por que quería así demostrar, que ya que yo no podía amar, muchos necios que creían en el amor de verdad, descubriesen que estaban equivocados en verdad al descubrir que sus amores podrían engañarles sin saber la realidad.De este modo a ilustres hombres e incluso humildes invité a mi inauguración magistral.Así la máquina estaba compuesta de dos sillas. Una frente a la otra. Las parejas se sentarían mirándose cara a cara.Después en un maletín, que pondría en el centro de la mesa, pondría el artilugio que paso a describir.Era dos cascos dos lentes. Cada uno se pondría uno. Los mismos iban conectados a un detector neuronal en mi maletín que marcaría sus emociones en cada unos de los sectores del cerebro y las lentes captarían los parpadeos o desvíos de la mirada.Así fue que empecé con la prueba y mis preguntas eran muy osadas. Pero mis conejillos de indias de antes de comenzar dieron su aprobación para preguntar.La primera pareja, eran un matrimonio bien avenido y noble, rico y famoso doctor de la zona adinerada.Llevaban 20 años casados y me disponía a descubrir lo que mi perversa mente y corazón, presas por el rechazo y la negación de toda mujer, sabían de eso que llamaban amor.No tarde mucho,debo decir. Sobre todo cuando la pregunta más crucial llegó.

 

-Lord Arlbert, ¿ha sido usted infiel a su mujer?

 

Parpadeó, sudó, desvió al mirada y respondió.

 

-No, por Dios.

 

Y falló.Pero eso no era lo mejor, no. Al preguntarle cuantas veces, este respondió.

 

-Una sola vez, y fue en una convención bajo el influjo del alcohol. Lo siento mi amor.

 

Cierto esta vez, y sincero debo decir, por lo cuál, lo que viene ahora me resultó aún mejor.

 

-¿Y usted, señora Roel? ¿le fue infiel?

 

-Sí. -dijo más sincera de lo que él pudo ser.

 

Y aquí, aquí llega lo mejor.

 

-¿Cuántas veces lo fue?

 

-Tres.

 

Oh, señor, que dulce satisfacción. Lo sabía, lo sabía. Y lo sabes tu, ¿verdad? Mi estudio quería determinar una cosa sencilla y nada más. Que somos animales, decimos que racionales, pero animales al fin y al cabo. Y como tales, ser fieles a una sola persona resulta casi imposible, digo casi, pero así es. Somos seres libres, y debemos investigar. Ser de una sola persona, cuando no somos de nadie, esa es la verdad. Es más divertido si puedes estar con varias personas. Pero eso de la fidelidad, y hasta la muerte, !por favor¡ De este modo pasó que de todas las parejas que pude probar, más de 500 debo afirmar, todas y cada una de ellas, al menos en pensamientos, y estos pueden llevar a la acción, denotaron que la infidelidad es parte de nuestra naturaleza. El amor es una mera quimera. Lo anhelamos, lo deseamos y desesperamos por él. A veces nos destruimos a nosotros mismo buscándolo con tanto fervor. Es ridículo. Pero era acaso mi desdén por no ser amado !no¿qué digo? si lo tenía demostrado con mi máquina y mis apuntes. Pero diréis, ¿y que pasó? Os dije que esta historia tendría un inesperado final y sé lo que estáis pensando y eso aún me regocija más pues os quedaréis maravillados de mi obra final. Pues acertáis en algo. Un día pasó. Era la noche de mi gran premio por mi labor. Aunque muchos al principio reacios, por los hechos tuvieron que aceptar, que mi trabajo era digno de admirar y era una realidad. El estudio de que el ser humano nunca deja de ser lo que es, un animal. Y tras al lujosa y gloriosa entrega del premio y por fin la aceptación de todos pese al horror de mi faz, apareció ella, sí, la mujer que sabíais que debía ser. Hermosa!,Dios, ¿qué digo hermosa?¡ bellísima. De esbelta figura digna tallada de la perfección griega. Sus cabellos oscuros, largos hasta su cadera. Su piel blanca y suave en tela más suave comparada. Y sus ojos, oh señor, sus ojos del azul turquesa más hermoso que jamás hubiera visto.

Anabella.

Hasta su nombre era perfecto para los oídos de este ser que no creía en lo que su estúpido corazón ahora le decía. Ella se acercó, sin temblar ante mi horrenda figura y muy grácil y gentil me saludó.

 

-Mi, Lord. Es un placer. Soy Anabella. Su trabajo es digno de admiración y halago, mas debo decir que estoy en un punto en desagrado.

 

Mis oídos escuchaban en tintineo de aquella dulce y armoniosa voz lejos del sentido de las palabras. Estaba ido. Que imbécil, vale, lo admito, seducido.

 

-Mi, Lord. ¿Estáis bien?

 

Y por fin volví en mí.

 

-Disculpad. Si, estaba absorto en mis pensamientos. Decidme, Anabella, ¿qué os trae a la convención? -estaba ansioso de saber que podría haberla traído a un lugar donde se festejaba mi estudio contra la verdad del amor.

 

-Vos, mi señor. Vuestro estudio, aunque digno de admiración, y debo admitir de cierta fascinación, creo equívoco y disculpad mi atrevimiento.

 

Era tan bella, que sus palabras si quiera me ofendían.

 

-Para nada, my lady. Es más, ansioso estoy de saber en que desacuerda opinión estáis para poder de este modo charlar.

 

-Vos aseguráis con rotundidad que la lealtad y la fidelidad son algo efímero en realidad. Pero creo que es algo discutible, pues quizás, en vuestro estudio no hubiese nadie que amase de verdad. Si me disculpáis, espero veros de nuevo, Lord Lucar.

 

Y con mucha elegancia y una dulce reverencia, dio media vuelta y entre la multitud marchó, dejándome con una gran duda que no sólo resonaba en mi mente, que hasta ahora había sido mi jefe, sino en mi corazón que era aún peor. Los días consecutivos a aquél maravilloso día se convirtieron en una pesadilla. Quería verla, quería más, quería besarla, hacerla mía. ! Dios ¡ no podía ser verdad. Era todo una mentira y nada más. Lo había comprobado, incluso, con sus palabras en mi mente. Ha toda la zona de los nobles y burgueses, los más importantes seres, había pasado por mi máquina al final. Y de todos, lo mismo, el amor, el amor era una falsedad. ¿Qué me pasaba? Debía encontrarla. Esa era mi meta. Debía verla, una vez mas aunque fuera. Decirla que estaba equivocada, sí, eso dejaría mi corazón necio tranquilo y podría vivir en paz. Por mucho que algunos no creáis en el destino, este me la trajo tras mi arduo desea de verla de nuevo. Allí estaba ella. En el mercado de los barrios bajos. ¿Y qué hacia yo allí? Pues debo admitir que me gusta cocinar y las lechugas que más me gustaban estaban allí. Yo no sabía nada de ella. Si era noble, pobre. A que se dedicaba. Nada importaba. Una vez más estaba convencido. Era sólo eso, un animal. La quería hacer mía y nada más. Luego se me pasaría aquella tontería y al olvidaría y si estuviésemos juntos de seguro de ella me cansaría para buscar el calor de otra. Pero era preciosa. No sé si volvería a sentir eso. ¿Qué estoy diciendo? En fin. Me acerqué casi tembloroso. Me ponía nervioso. Mi corazón latía con mucha fuerza. parecía que quisiera salir de pecho y caer en sus suaves manos. Allí estaba. Regalando a unos pobres niños unos mendrugos de su pan. Tan dulce y puro es su corazón. No puede ser real. Pareció notar mi presencia y se giró. Y no hubo horror en sus ojos al verme sino asombro y dulzura.

 

-Oh, Lord Lucar. ¿Qué grata sorpresa? ¿Qué os trae a tan pobre zona?

 

-Compró aquí la lechuga. Es de la mejor, debo decir. -casi la voz me temblaba. Que idiota.

 

-Sois un hombre lleno de sorpresas. -sonrió.

 

Que hermosa sonrisa.

 

-Bueno. Debo admitir que vuestra afirmación del otro día me dejó pensativo. -debía ser yo y no rendirme a sus encantos.

 

-¿Si, mi Lord? ¿Y qué conclusión sacasteis?

 

-Os lo cuento si aceptáis cenar conmigo si no es muy atrevido.

 

-Será un placer. Pero yo cocino.

 

¿Era un sueño? ¿era cierto? Vendría a mi hogar. La primera mujer en visitarla. Por suerte mi hogar siempre estaba ordenada. Vivía en una mansión de la zona alta de Londres. Mientras caminábamos hacia ella, lady Anabella sujetó mi brazo y de él iba agarrada. Me sentía extraño. Ella de mientras charlaba. Y me hacia preguntas sobre mi, interesada. "Si era hermano único", "si estaba casado", "De donde era"... Respondía a todas ellas, absorto en sus labios. Y sus ojos, no podía dejar de míralos. Me hipnotizaban. En trayecto se hizo muy corto, gracias al entretenimiento de sus palabras.

 

-Tenéis una preciosa casa. -dijo ilusionada.

 

-Seguidme, my lady. Os enseñaré la cocina.

 

Allí comenzó lo que os quería yo narrar. Era tan preciosa. Que comencé a hablar.

 

-Me dijisteis que aquellas personas quizás no sabían amar.

 

-Así es. Habéis tratado a todos los nobles y burgueses de la cuidad. Gente interesada que no saber amar. Están juntos por interés del otro.

 

Me hizo dudar. La cena fue a falta de una palabra mejor, espectacular. Mi idea del amor, empezaba quizás a menguar. Pero no, no me podía equivocar. Poco a poco ella se acercaba cada vez más a mí sin titubear. Un día en el parque, tras un bello picnic, en el césped nos fuimos a tumbar. Ella sobre mi pecho, tranquila estaba, de verdad. Y entonces, una noche, estando en mi casa, ocurrió la fatalidad. En la cocina, una vez mas. Ella de espaldas cocinaba, y se giró al yo llegar. Me sonrió con aquella preciosa sonrisa alegre y me dijo sin dudar.

 

-Cierra los ojos. Tengo algo para ti.

 

Y los mismos cerré sin titubear.

 

Y lo sentí. Sus labios. Aquellos suaves labios. Y mi mente saltó. ! Basta¡ !No¡ No existía, no era real, no. La aparte de mí con tanta fuerza que al suelo de espaldas cayó. Cogí en cuchillo de la encimera y en su cuerpo lo hundí. No sólo una vez, la cuenta perdí. Ella gritaba, me rogaba que parará, pero no la oí. Y cuando muda quedó su melodiosa voz, descubrí lo que había hecho.

 

La mate, porque la amaba de verdad. Demasiado para ser real. Ella tenía razón. Lo hice, lo hice por aquello que yo tanto odiaba. Y ahora que lees esto, me toca a mí, que como necio, puse en duda la palabra más pura, que aunque muchos no conozcan, yo os digo que es cierta y existe hasta para el que menos lo espera. El amor.

 

ETERNO VIVIR

Lo oía. Al principio fuerte. Como el ritmo de un bombo a tempo mas que alegro. Pero poco a poco, fue decayendo. Y entonces, aunque estaba listo para aquello, pensé en si después de dejar de tenerlo iba a sentir. Pues es de todos sabido, queél es el que nos dicta lo que sentimos. Entonces, ¿dejaré de amar?, si deja de sonar, y frío como el hielo voy a ser, ¿cómo seré?
Y llegó el instante. Sentí como si me desmayase, un calor intenso sentí subir desde los pies hasta mi cabeza y mi vista se nubló y después cuando de nuevo los ojos abrí. Aquél...¿aquél era yo?
No pude saberlo, pues al intentar mirarme en aquél espejo, no hubo un reflejo de quien yo recordaba, acaso ello significaba, que ciertamente ya no era yo.
Y no tarde en sentir, y en percibir, todo de otro modo. Y sobra decir, que salvajemente, cuan animal, quizás, en eso me convertí.
Podía oír y percibir todo cuanto a mi alrededor había. Y por primera vez, tan rápido, la deseé.
Podía escuchar su corazón, ese palpitar que segundos atrás el mio dejó de marcar.
Su perfume, el olor de su cuerpo, de su piel. Incluso supe, sí, que era una mujer.
Aunque no tenía corazón, la euforia que sentía era igual que aquél que perdí.
Y pronto descubrí, que era fuerte, rápido, algo inhumano.
Subido en aquél tejado la pude ver.
Tan joven, tan dócil, tan apetecible.
Esperé, al perfecto instante de que pasase bajo el árbol y así abalanzarme sobre ella.
Estaba impaciente, pero debía esperar, pues de lo contrario en estúpido intento ella podría gritar, escapar. ¿Escapar?, imposible, nula posibilidad.
Y se acercó. Era hermosa, pero toda su belleza, moriría pronto eternizandola así, gracias a mi acto.
Dios, iba a matarla. ¿En eso me convertí? No, no, yo no soy así.
Pero no podía frenar mis ansias por probar la sangre de aquella que tan fácilmente me entregaba tal oportunidad.
No lo evité.
Sobre ella me presenté. Cortándola el paso de pie frente a frente.

-!Dios¡ Que susto me has dado.

Pude oír su voz. Pero nada más. Fue lo último. Su cara de terror al ver lo que era y un grito mudo se auxilio tan sólo que de nada sirvió.

Si, era fresca, un sabor tan encantador como el mejor vino tinto que en un pasado mi estúpido cuerpo mundano probó.
Y ver su vida marcharse en aquél preciso instante desde que nació y en mis manos, de un desconocido ajeno a la suya, acabó.
Eso ahora era yo. La muerte para cualquiera que se me presentase.
Ese día, era un novato con sed de esa sangre. Podía elegir seguir siendo así. Comparado con un animal, o ser lo que era, pero con algo de respeto por todo humano que vive una vida corta y dura sobreviviendo a su propia cordura.
Controlé aquél ser. Y mil veces sin corazón me enamoré. E incluso triste ne principio fue, el hecho de verlas morir y yo seguir aquí.
Lo peor de esta longevidad eterna es encontrar compañera y siento deciros, que si ya en vida común, llegar a vivirla juntos, es algo arduo, en la eternidad es torturar a la que desees que a tu lado deba estar.
Pero, al menos, aunque nos separásemos, sabría que solo no estaría nunca más.

CASA DE ENSUEÑO

 

Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. 
Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. 
Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. 
Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.
Un día que corría como solía hacer cada día, subiendo una ladera y extrañada de que no hubiera nadie, tan sólo un coche que bajaba demasiado deprisa, observó al final de la misma una casita blanca, exacta a la de sus sueños, quizás, la misma.

Echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.

Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.

-Dígame -dijo ella-, ¿se vende esta casa?
-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!
-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?
-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.

 

DOLOR DE AMOR

Bajo la tenue luz de la vela que ilumina el lúgubre escritorio, desordenado cuan mente de quien os narra, paso a relatar sobre un folio en blanco,( y tras él espero que en alguno más); un relato de inesperado final, de trágico mas bien, de un hombre necio enamorado de un amor igual de inesperado, cuando él del mundo se había apartado, por las desgracias que el mismo le había deparado.

 

Le llamaré Jon, Jon Hope.

Nuestro héroe de poco más de 40 años, con sus ojos marrones, profundos, que parecían seducir a las féminas sin él pretenderlo, ahora se mostraban bajo una mirada de tristeza perpetúa. Su pelo negro estaba sucio, tan grasiento, que la luz de la vela le otorgaba cierto brillo. Era, había sido, un detective muy sagaz, astuto, tenaz. Pero en la agonía de lo que creía su maldición estaba sumido y tal era el dolor, que ahora tan sólo era un atisbo de tal recuerdo.

Tan inmerso en su autocompasión, que su fiel amigo era el alcohol. Y no uno cualquiera. No. Cuanto más fuerte fuera, mejor.

Jon en su día fue un hombre de honor. Leal, dedicado. Pero todo a su alrededor estaba, como el creía, maldito.

Las personas que amaba, murieron. Perdió a su amada no sólo una vez, sino dos.

Era tal su convicción de tal maleficio que con Poe se identificó. Y es que parezca que de él escribiera, mas no, es de Jon.

Nuestro hombre ahora vivía en un apartamento sucio, polvoriento, triste. Tal y como él estaba, era el reflejo de su morada.

 

Ahora ya no perseguía a su antítesis, aquél hombre que jugó con él asesinando a aquellas niñas y poniéndole a prueba con cada una de sus tempranas perdidas. Y su amada, a la cuál llamaremos Eleonor, y a quien él cariñosamente llamada "E", estaba a salvo, fue secuestrada por aquél brillante pero cruel ser, que ya estaba muerto.

 

 

 

Miraba con esos ojos vidriosos que la ebriedad te otorga, su reloj de cadena que está dentro de su viejo chaleco. Es tarde, de noche, pero no quiere dormir, y aunque un mismísimo querubín o ángel de los que dicen velar por tus sueños, bajase del mismo cielo, no lograría apaciguar esos sueños de pena y dolor.

Lo intentaba, pero aun su botella de ron no había hecho su efecto somnífero.

Cuando decide levantarse para ir al baño, por debajo de aquella puerta de la entrada, cerrada a cal y canto con 5 pestillos, recibía sin ganas una carta.

Jon se acercó sin mucha prisa, tras ver marchar a la sombra de aquella persona que por el motivo que tendría que averiguar, dejó ese sobre. Lo abrió, y bajo la leve luz que aquella vela podía mostrar, pudo leer:

"¿Has disfrutado de tu triunfo sin lograr nada? Saluda a E de mi parte.

 

Atte: Cuervo negro."

 

Sus temblorosas manos soltaron la hoja que mientras caía al suelo, era acompañada por recuerdos de los sucesos de aquellas niñas.

Él, su némesis, había vuelto. Y lo que era peor, su querida y amada E corría peligro. ¿Acaso sería cierto? ¿Es la maldición que él dice tener?

Tomó de nuevo ese elixir del mal que lo hacía sentir bien cuando era todo lo opuesto. Pero sus nervios lo traicionaron y aquella copa de fino cristal portadora de coñac, cayó al suelo esparciendo los añicos cuán sus recuerdos más arraigados.

Raudo, cogió su abrigo negro del perchero de pie que había junto a la puerta del hall de aquella humilde morada y salió apresurado, con esa prisa que llevamos cuando sabemos que alguien amado sufre el dolor de alguna desdicha o va a sentirla, creyendo que nosotros y tan sólo nosotros podemos llegar a esa persona y calmar su pesar.

Deseaba llegar a casa de Eleonor y poder verla, saber que estaba bien y que nada había turbado su vida aplacible de opuesto modo que la de él  la cuál ahora volvía a ser el comienzo de un infierno apenas superado.

Paró un carruaje, con esa seguridad propia de un loco y la cuál ahora daba honor al alcohol en osadía ridícula.

 

 

 

 

El cochero, de buen reflejo, se detuvo sin llegar a derribar a aquél insensato, pero sin poder evitar que su corcel se alzase al aire sobre sus patas traseras ante el susto de aquél que le impedía su avance.

Jon subió mientras indicaba que lo acercasen a su destino y el cochero al recivir de buena gana el billete del desdichado le ofrecía, apresuró a llevarlo.

El camino parecía eterno. Las calles de Londres parecían no haber estado tan transitadas jamás, o quizás, era tan sólo la preocupación que le hacía sentir cada segundo como si cronos hubiese eternizado el tiempo haciéndole agonizar aún más.

Pero tan sólo fueron 15 minutos, no más. Y ante la casa de su amada logró llegar.

Se apeó tan deprisa, que incluso en marcha estaba aún deteniéndose el caballo.

Pasó la puerta de la verja principal y corrió por el paseo de piedra hasta la puerta del recibidor y aporreó la misma con fuerza.

Para su suerte, (y calmar aquella angustia que recorría cada músculo de su cuerpo y pasaba por su ya dolido corazón), aquella puerta enseguida se abrió y su amada ante este apareció. Preocupada a la vez que asustada al ver el rostro de él, rápido preguntó:

-¿Jon? ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?

-Eleonor...-intentaba recobrar el aliento, mientras se apoyaba con su brazo derecho en el marco de la puerta de esperanza-... déjame entrar, por favor, es muy importante.

 

La mujer lo invitó sin dudar y una vez en el hall lo acompañó hasta el salón y en un cómodo y lujoso sofá de piel blanco se sentaron.

La gran mansión, de la calle mayor, elegante debo decir, a su padre perteneció. Hombre ilustre e importante. Banquero aquél señor. Antaño ya fallecido, en herencia a su única hija dejó.

En un principio, cuando fue secuestrada, aquella pensaron que fue una razón. El ser de familia adinerada, más aquella teoría falló.

Después se descubrió, (por desgracia), que lo que aquellas chicas tenían en común, eran sus negros cabellos y sus ojos de color azul.

 

 

 

Y el "cuervo negro", (aquél siniestro nombre el asesino se dio), admiraba aquellos atributos y en extraño ritual a muchas mató. La mayoría niñas, de edad menor, pero que descubrieron también que esa teoría era inferior.

Encontraron los cuerpos, cubiertos por pétalos de rosas blancas y sus ojos huecos, presentaban dentro de las cuencas, dos hermosas esmeraldas.

Tuvo suerte él de saber seguir las pistas que para su amada, aquél hombre le daba, y llegó a salvarla. Y ahora, de nuevo, ahí estaba. Jugando un juego que aquél maldito jugaba. Pero, ella estaba a salvo, algo fallaba.

 

-Jon, ¿qué ocurre? Estoy asustada.

-Mi querida E...él ha vuelto.

 

Ella se llevó las manos a sus labios, ambos tapados una exclamación salió de entre sus dedos.

-No puede ser.

-He recibido esta carta hoy mismo.

-¿Cómo es posible? -ella poniendo su mano sobre su mejilla, él con suavidad la sujetó y restregó la palma de su mano sobre ella.

-Parece ser que no murió.

-¿Y porqué dos años sin dar señales de vida?

-Quizás la herida que le hice, fue más seria de lo que él creyó. Debía haber muerto.

 

Jon evocó el día que la rescató y corrió tras el asesino por el tejado de aquél granero abandonado, mientras este ardía en llamas y como le disparó creyéndolo muerto al caer del mismo sobre el fuego.

 

 

 

-¿Qué piensas hacer? -ella le sacó de su recuerdo.

-Primero ponerte en custodia preventiva en un lugar que ni yo mismo sepa. Y después, encontrarle.

 

Esta vez ella se acercó a su pecho y posó su cabeza sobre él.

 

-Tengo miedo.

-Tranquila. No dejaré que te haga daño. -la miró y la besó.

 

Salió de la casa y la ordenó que cerrase con todos los cerrojos. Ambos aseguraron las ventanas y que no hubiese nadie dentro y marchó a comisaría e informó.

Movilizó a todo el cuerpo de policía y tan pronto ella estuvo a salvo  como si de un reloj suizo se tratase, le informaron del primer asesinato.

Todo tan calculado.

La joven de 18 años fue hallada cerca del río de la cuidad en un callejón. El ritual, al igual que antaño, fue el mismo.

Cubierto su cuerpo por pétalos blancos y esmeraldas por ojos.

Junto al mismo, escrita en tinta, de exquisita caligrafía, una nota decía:

 

-"Allí donde los seres humanos más cerca del cielo están, lograrás salvar esta vez a tu amada del triste final."

 

Nada más leyó la misma buscó al agente en el caso que sabía del lugar de custodia de Eleonor y le pidió que fuese a comprobar que estuviera bien.

 

Horas más tarde el mismo regresó asintiendo y diciendo que todo estaba en orden.

 

 

Pero, la nota avisaba de que de alguna manera pensaba dar con ella y de nuevo tendría que rescatarla. Y del mismo modo que aquella vez, le indicaba el lugar donde sería.

No pasó muchos días, más bien noches de vigilia, y de nuevo un asesinato más.

Esta vez el de una joven mujer de calle, de esas que ganan dinero por su hermoso cuerpo exterior mientras la vergüenza de sus actos la corrompía por dentro.

En alguna ocasión Jon a ella acudió, cuando un hombre requiere de ciertos servicios en su triste vida y el amor no importa.

Silvia, a quien sin importarle lo que sus compañeros dijesen, en alto nombró.

Muerta en la habitación de su pobre morada, el casero la descubrió cuando iba a pedir su dinero.

Esta vez de nuevo, una nota en papel negro y tinta color plata, esta vez así decía:

 

"De paz y calma el lugar te dará tranquilidad en tu muerta ya realidad".

 

Duda no había que cada nota lo diría de la zona y lugar donde al menos eso parecía, "el cuervo negro" a Eleonor de alguna manera llevaría.

Esta vez quizás, al parecer, para acabar con la vida de él y no de ella.

 

"Que así fuera", pensó. Pues ciertamente su vida no le importaba más que la de la mujer me amaba.

 

Varias ocasiones fueron más, hasta que un día a su enemigo pudo anteponerse y llegar al lugar del crimen y casi poderlo atrapar.

Era de noche oscura, de lluvia como cortina que cubre la ventana. Gracias a que descubrió que todas seguían un patrón. En un mapa de Londres marcó, las zonas donde cada chica aquél despiadado mató.

 

Al unirlas, (como si de dibujo de puntos se tratasen), con todas ellas un pentagrama formó. Y en el último punto donde deberían estas unirse, allí se dirigió.

Él solo, sin protección, allí apareció.

 

 

Un antiguo edificio abandonado de una fábrica encontró, y nada más llegar los gritos de auxilio de una mujer escuchó.

Raudo, pistola en mano entró y en el segundo piso de la misma la vio. Atada a una silla de madera y frente a ella su asesino.

Jon la voz de alto gritó pero el individúo muy rápido se giró y sin intercambiar palabra le disparó.

Nuestro héroe respondió y de dos tiros al hombre que vestía con capa negra y capucha, mató.

Cuando se acercaba con desconfianza le quitó al capucha. Nunca había visto el rostro de aquél su enemigo pero algo, no sabía porque, le decía que el rostro de aquél hombre que allí yacía no era el de él.

Liberó a la victima y en comisaría informó.

Los compañeros lo felicitaron, "caso cerrado" en más de una ocasión gritaron pero no Jon.

Había algo raro. Aquella fábrica no podía ser el lugar que aquellas notas le decían y no se equivocaba.

Un agente, ensangrentado, con su vida en su mano, apareció en el hall de la comisaría y gritó:

 

-"¡Se la ha llegado!"

 

Jon como alma que llevase el diablo hasta aquél pobre hombre bajó y cuando casi no le quedaba aliento, este le habló diciendo:

 

-No pudimos hacer nada. Lo siento. Llegó de madrugada. No sabemos por donde ni como entró. Arma en mano con todos acabó...-y dicho todo, en sus brazos murió.

 

Jon sin esperar a nadie pensó, y pensó. Debía hacerlo, y pensó.

¿Dónde puede haber tanta paz? ¿Dónde descansar estando cerca del cielo?....y lo descubrió al mirar el cuerpo sin vida de aquél chico que en sus brazos yacía.

 

 

 

 

-El cementerio. -en voz alta dijo para sí mismo.

 

A todos los que ya estaban allí la ubicación dijo y salió corriendo con esperanza aun en su pecho.

Cuando llegó empapado y sin aliento al lugar un rayo iluminó lo que buscaba.

En lo alto de una pequeña colina que en el cementerio se alzaba, pudo ver a una cruz atada, a su amada E.

Pero cuando pensó dar el primer paso hacia ella, un dolor en su cabeza, tan intenso como cuando te golpeas contra algo muy fuertemente, lo dejó inconsciente, fuere por culpa de una pala que dio contra su frente.

Al despertar atado él estaba. De pies y manos y con una mordaza.

Nada había, sus ojos no veían. ¿Acaso también tapados los tendría?

No, era oscuridad tan sólo, por eso no veía.

Un ruido escuchó. Como de arena cayendo sobre algo sólido y enseguida comprendió.

Aquél maldito lo enterraba vivo.

Con todas sus fuerzas intentó liberarse y con mucha suerte recordó, que en su bolsillo izquierdo un mechero de alcohol estaba en su interior.

Sus manos metió y el mismo alcanzó.

Fácil lo encendió y girando su mano derecha este inclinó un poco hasta sus muñecas para así la cuerda soltar y esta ardió.

Con un poco de fuerza las soltó pero llegar a sus pies era más complicado aún.

Pero en eso no debía pensar sino en el ataúd golpear antes de ser enterrado por completo.

El sepulturero pareció parar y Jon no dejaba de golpear la tapadera de su caja.

Una grieta logró con sus manos doloridas y despellejadas y por ella las manos pasas.

 

 

 

 

La arena aún fresca y poco compacta caía dentro y casi lo asfixiaba, pero logró avanzar entre ella, con esperanza de que cogiendo la mayor cantidad de aire posible y de que no estuviese a mucha profundidad, a la salida de aquella pesadilla llegar y así fue.

Una vez fuera ya la lluvia fresca lo recibía junto con una gran bocanada de aire fresco que sus pulmones llenaban.

Y entonces una voz le habló:

 

-Vaya, vaya. Enhorabuena. No era difícil salir ¿verdad? Por ello dejé de arena echar.

 

Jon alzó su cabeza del suelo para mirar al frente y ver a un hombre de abrigo negro ante él.

 

Por fin el rostro, de aquel que tanto tiempo persiguió se le mostraba al fin.

Joven, de no más de 35 primaveras o crudos inviernos de pesadillas, de ojos oscuros como su alma y tez morena, lo miraba con cierta pero loca admiración.

 

-De ti menos no esperaba. Bravo. -decía.

-¿Dónde esta Eleonor? -Jon preguntaba.

-Creo que es mejor que no lo pesas. -este anunciaba.

-Me tienes aquí. Déjala ir.

-No puedo, si ello hago, será tu fin.

-Deja de decir bobadas y ¡déjala ir!

 

Armado de una fuerza digan por al desesperación y el amor, contra el hombre se abalanzó pero este sin mucho esfuerzo su puñetazo esquivó y Jon al húmedo suelo cayó.

 

 

-Préstame atención, Jon. Una sola vez te lo preguntaré. Tu amas a E, pero yo te digo que si la dejas ir no tendrás un final feliz. Y que será tu fin. Y el dolor que hayas soportado hasta ahora no será nada con lo verás al fin. Así que, te estoy protegiendo. ¿De verdad quieres que la deje ir?

-¿Qué pregunta es esa? ¡Pues claro que sí!

-Así sea entonces, pues así tendré mi preciado fin. Ahora levanta, pues sin una digna batalla, del villano contra el enamorado héroe no me iría feliz.

 

Y así, el igualada pelea a manos limpias, nuestro detective poco a poco, dejó de recibir los golpes de aquél ser vil y llenándose de ira y recuerdos, logró al fin, estrangular a su enemigo y a su vida arrebatar.

Tras aquella victoria no pudo pensar en nada más que ir a casa de ella y poderla abrazar.

No pensaba en nada, ninguna pregunta más. Y sé que tendréis muchas mas tranquilo que ya llego al final.

Y llegó, cansado, derrotado casi a casa de su amada.

La puerta estaba abierta y parecía invitarlo a entrar.

Dentro, el sonido de su voz por su nombre la llamaba y subiendo al piso de arriba en su habitación, allí, ella estaba.

Con la seguridad total, la confianza plena de la mujer que quería, a ella corrió y con fuerza la abrazó, mas, lo que el sintió no fue calor sino el frío helador del acero que su estómago sintió.

Asombrado, sin palabras, de ella se retiró, sus manos con sangre, atónito observó.

¿Por qué? , la única y propicia pregunta pronunció, mientras de rodillas en aquella habitación donde antaño hubo amor, ahora, se desplomó.

-La razón es sencilla, cielo. "El cuervo negro" era mi amor. Y del amor que tu conoces de ese, disfrutamos los dos. Tu tortura y dolor fue nuestro proyecto y ahora tu perdición. No hubo razón, sino víctima, del mundo, que cree, amado mío, que aún existe el amor y burlándonos de tal absurdo decidimos demostrarte que tal no más que un mero sueño.

 

 

 

 

Y nuestro héroe, con esperanza aún, con último aliento e intentó, del suelo se levantó.

La miró, con pena en sus ojos y sin titubear exclamó:

-Y en él sigo creyendo aun casi muerto, pues, lo que más pena me da es que tu no sabes del mismo y que en ti aún sin tu quererlo, yo lo sentía y tu no. Tu no, tú jamás lo conocerás. Pero dime, el porque de los pétalos blancos y las verdes esmeraldas.

-Los pétalos de blancas rosas hacían alusión a tu nobleza más pura por el AMOR y las esmeraldas hermosas porque tanto amas la belleza de todas las cosas. –ella rió.

-Pues has de saber, que sentir amor esa algo que no todos pueden decir y yo sí. Y es más, también lo pude vivir.

Y ella en silencio lo vio morir. Algo dentro le decía que era cierto y que reírse del AMOR no era algo digno de admiración y algo, algo dentro de ella sintió.

 

 

fin

ÚLTIMO VIAJE



Era viejo, aunque no me gusta ese término para un hombre que ha vivido una larga y dura vida, llamémosle, anciano.

Toda su vida fue un gran marinero. Viajó por todos los bastos mares en busca de aventuras en su querido barco. Un velero de 12 metros de eslora. ¿Pequeño?, tal vez, pero para algunos lo más pequeño puede ser lo más grande.

No tuvo esposa, ni hijos tampoco, pero si amó a mujeres. No diré lo típico que se suele usar en estos casos, pero en muchos puertos conoció a muchas damas.

Apuesto, fuerte y noble. De ojos grises y pelo de oro. Mirada triste pero profunda y sabia. No es que no desease a una mujer, pero amaba ser libre, moverse por el océano y sentirse pequeño en algo tan bello y tan grande.
Una vez más, pequeño, pero grande.

Hacia tiempo que no viajaba. No recordaba el porque lo dejó, era lo que más le gustaba del mundo. Ahora tan sólo paseaba por el muelle de vez en cuando viendo los barcos de otros y deseando volver al mar, pero, no recordaba ni sabía porqué no lo hacía. Tan sólo se sentaba cada día en el mismo banco, mirando a su mejor amigo en silencio.

Pero, un día, algo fue distinto a aquella inexplicable monotonía.

El viejo, no, el anciano, pudo ver a otro hombre, otro anciano, que amarraba su pequeño yate y que parecía hacerle señas para que se acercase.

Extrañado no dudo ni un minuto en acercarse, sobre todo, ansioso por ver el barco de aquél que le invitaba.

Llegó ante el desconocido que le resultaba familiar pero no sabía porque. Pero no lo describiré, pues, era un extraño tan sólo al parecer.

Precioso su barco, amablemente lo invitó a subir.

Ambos estrecharon sus manos y saludo cordial el dueño se presentó, pero una fuerte brisa del mar mudo dejó tal nombre que nuestro anciano no oyó. Mas no importaba aquél nombre sino el barco de él.

Amable aquél caballero invitó a nuestro anciano a sentarse en popa con copa de brandi en sus manos y otra.

-Brindemos. -dijo.

Y alzando ambas en aire, chocaron tales en brindis que tampoco importa.

-¿Quieres navegar en él? -su pregunta ofrecía en sus manos la llave del yate de aquél nuestro desconocido.

Nuestro anciano asombrado, de gesto desinteresado, no dudo y raudo aceptó encantado.

Sonriendo el otro, bajó del barco y dijo:

-Ve tranquilo, en ti confió.

El anciano lo miró con mucho cariño y dando las gracias soltó las amarras y adentrose por fin en las grandes aguas.

Era día de sol radiante. Brisa suave, aguas tranquilas, él, apacible.

Pero cuando ya del puerto de alejó, adentrado en alta mar, de pronto el cielo se nubló.

Pero él deseaba aun seguir allí, pues de seguro, nunca más sería así.

El viento, bravo sopló, y el barco su fuerza notó.

Pero él deseaba aun seguir allí, pues de seguro, nunca más sería así.

Su amada mar, el barco con fuerza sacudió y de pronto comprobó que mucho se había alejado y que solo se encontró.

Pero él deseaba aun seguir allí, pues de seguro, nunca más sería así.

Empezó a asustarse, todo aquello lo desconcertó. Pero intentó mantener la calma y lo consiguió.

Recordó tiempos mejores, y de pronto el sol de nuevo apareció.

Cuando a puerto llegaba y un nuevo lugar descubrió. Y el viento, se calmó.

De alguna vez, que sintió de verdad el calor de mujer en su intimidad. Y las aguas, el barco acarició.

Cerró sus ojos, que mil lugares vieron y el aire fresco sintió.

Sonrió, cogió aire y muy suavemente y tranquilo lo soltó.

-Doctor, lo perdemos. 

-¡Desfibrilador!

-Es inútil, señor.

-Avisen a sus familiares.

-No tiene, doctor.

-¿Cómo?

-Hace años que está en coma. Era un marinero. Lo encontraron cuando su barco chocó contra un saliente en un arrecife de una pequeña isla.

-Vaya, creí que el hombre que está ahí era familiar suyo.

-No, doctor. Ese hombre fue quien nos avisó. Fue él quien le ofreció su barco e intentó ir a salvarle. Viene cada día desde el accidente.

-Bueno, al menos al morir sonrió. Espero que lo último que recordase fuese la brisa del mar, la cálida luz del sol, descubrir un lugar nuevo, un lugar mejor.

 

LUNITARIA

La joven princesa Miauleen se atusaba su precioso pelaje blanco mientras se observaba en el precioso espejo de su tocador. Hoy sería coronada reina de Lunitaria. Todos los habitantes de la luna están esperándola en el gran salón del castillo. Estaba un poco nerviosa pero sus padres la acompañarían en es noche de embestidura aunque le preocupaba que aun no tuviese un pretendiente para el trono de rey o quizás si lo tuviese, su amado y noble caballero de la corte, Miutxi miu, con quien llevaba desde muy jóvenes enamorados pero nunca se lo dijo a sus padres pues estos deseaban que se casase con algún príncipe.

Llaman a la puerta de su cuarto y se oye una voz muy cariñosa pero con seguridad y firmeza:

-¿Estáis lista mi querida princesa?

 

Era él, su amado caballero la sacó de su preocupación.

-Sí, sir Miutxi, ahora mismo voy.

-Os espero y os escolto hasta el salón. -dijo el apuesto caballero que era un hermoso gato pardo de ojos verdes ataviado con su reluciente armadura de plata y su espada.

 

La puerta de la habitación se abrió y la hermosa gatita blanca salió vestida con un precioso vestido blanco largo y su nueva corona de reina adornada con zafiros azules resaltaban sus ojos del mismo color. Se sonrojó al ver a su caballero y agachó la mirada tímidamente y este le ofreció su pata para acompañarla hasta el salón.

Juntos caminaron hasta el vestíbulo antes de entrar al salón y se separaron para que no les viesen juntos. Unas gruesas cortinas de tela granates separaban a los enamorados de la muchedumbre ansiosa. Primero pasó el noble caballero y presentó a la reina y se colocó a la derecha del trono y junto a los reyes Miuren y Miaulina, padres de su querida hija ahora nueva reina.

Miauleen suspiró, tomó aire y corriendo la cortina salió ante su amado pueblo quien la aplaudió y saludó con euforia y alegría.

Su padre, el rey, un fornido gato gris y querido y admirado por su pueblo, se acercó a su hija y le entregó el báculo de poder real. Se giró a los asistentes y pronunció unas palabras:

-Mis queridos gatos y gatas de Lunitaria, hoy estamos aquí reunidos para dar la bienvenida a nuestra hija Miauleen al trono. Nosotros ya estamos viejos -sonrieron él, su mujer y los asistentes- ,y debemos dejar pasar a los jóvenes. Por ello...

La puerta principal del gran salón se abrió de par en par interrumpiendo las palabras del rey y dejando pasar a unos enormes y majestuosos lobos.

La gente empezó a cuchichear al principio y un asistente aplaudió y el resto de la sala lo siguió. El rey sonrió al ver al primer lobo, negro como la noche y de mayor tamaño que los otros, que iba seguido de cuatro más. Se acercó al altar real y mientras avanzaba decía:

-Vaya, vaya Miauren, ¿ya ibas a empezar sin nosotros? Que poca educación -sonreía el lobo que ya había llegado hasta el trono pasando por un pasillo que habían ido abriendo los asistentes ante el majestuoso lobo.

-Lobus canris, siempre llegas tarde amigo mío, jajaja, no me culpes de eso a mi.

-Cierto. -ambos rieron y con ellos todos los presentes.

 

Lobus canris era el jefe de los lobos. Estos vivían en armonía con los gatos y eran sus guardianes. Cuidaban la "piedra luna",una joya de luz blanca que otorgaba a los habitantes de Lunitaria la paz, pues los lobos sin la piedra eran incontrolables y fieros.

Y por último llegó tras las cortinas el hermano de la nueva reina, Miautur.

Miautur era el hermano de Miauleen, era brujo y adivino y el pobre no sabía maullar y esto lo deprimía mucho, ya que sin maullar no podía conquistar a ninguna gatita y se sentía repudiado y muy solo.

-Hijo mio, ¿Dónde estabas?,llegas tarde.

-Lo siento mucho padre, estaba ocupado. -dijo el desaliñado gato negro de preciosos ojos azules, herencia de su madre y como los de su hermana la futura reina.

 

La celebración marchó sin ningún problema. Los ex reyes charlaban con Lobus y los suyos sobre aventuras pasadas y Miauleen aprovechó para salir del salón a uno de los balcones exteriores.

Se sentó sobre la repisa y observaba la Tierra cuando Miutxi miu apareció y se sentó a su lado.

-¿Estás bien? -preguntó restregando su cabecita contra su amada.

-Sí. Pensaba en muchas cosas. Ahora tengo una gran responsabilidad. Pero bueno, podré soportarlo, pero debo decirles a mis padres que te amo.

-Deberías hacerlo.

-Pero podrían enfadarse y desterrarte.

-No son así. Son amables y lo entenderán.

-Mi padre no creo que se lo tome bien.

-Si no lo dices no lo sabrás.

-Tienes razón. -le dio un beso gatuno en la mejilla a su caballero y fue a ver a su padre con valor.

 

Miauren seguía riendo junto a Lobus mientras brindaban con sus copas de leche. Miauleen se acercaba poco a poco mientras pensaba cuales serían sus palabras correctas al dar la noticia.

Cuando ya estaba a pocos metros y pudo ver como su padre advirtió que ella se acercaba y la sonrió, un soldado entró corriendo en el salón gritando:

-¡Su majestad! !su majestad!!

-¿Qué sucede? -preguntó el rey preocupado.

-La piedra luna mi rey. La han robado.

-¿Qué? ¡Guardias!...conmigo.

Miutxi miu que escuchó los gritos del soldado corrió ante su rey pero en ves de seguirlos tomó un atajo tras las cortinas que iban ha la habitación de Miauleen y allí, tras el tocador cogió un pasadizo secreto.

Llegó enseguida a la cámara de la piedra, una gran sala circular bajo el castillo. En el centro de la sala estaba la urna de cristal que contenía la piedra pero estaba vacía. Se acercó y olisqueó la zona y encontró un pelo negro. Miauleen apareció por el pasadizo y vio a Miutxi miu con cara de preocupación. Se acercó veloz a él y observó el pelo negro que sostenía en su pata.

-No quiero creerlo Miutxi.

-Lo sé pero es evidente. -dijo triste el caballero-. Voy tras él, si lo alcanzó antes que Lobus seguro que puedo enmendar todo esto.

-Sí por favor. Corre y encuentra a mi hermano.

-No hará falta hermana mía. -la voz grave de Miautur resonó en la sala desde las sombras.

-¡¡Miautur, devuelve la piedra!! -dijo Miutxi miu mirando en todas las direcciones buscando al ladrón.

-¡Jamás! Nunca nadie se ha preocupado ni reparado en mí. Siempre solo y sin nadie. Pero eso se acabó. Sin la piedra luna los lobos se volverán inestables y atacarán a los miaus y sólo yo podré controlarlos.

-Estás loco. Eso no es necesario Miautur. Aunque no puedas maullar seguro que alguna gatita te amará.

-Mentiras. No sólo no sé maullar, mírame, soy feo, despeluchado, no soy tan apuesto como tu.

-Estás yendo muy lejos. -dijo Miutxi.

 

De pronto llegan el rey junto con Lobus y unos soldados del rey.

Miautur sale de entre las sombras.

 

-Hijo mío, ¿Qué es todo esto? -pregunta el rey

-Padre, es mi venganza. -dijo mostrando la piedra luna en su pata.

-¿Venganza? ¿Porqué hijo?

-¡ Ya basta! Nunca fui tu favorito. Te avergüenzas de que no sé maullar y ni siquiera me nombras rey a mí.

-Hijo yo...eso no es así.

-Da igual padre, ahora yo tengo el poder. Mira.

 

Miautur cogió sobre su pata derecha la piedra luna y empezó a conjurar unas palabras. La piedra empezó a brillar con mucha intensidad y una enorme luz salió de ella hacia el cielo, rompiendo el techo de la sala y siguiendo más allá de este.

Miutxi miu corrió hacia él para intentar detenerlo y lobus lo siguió. Miautur apuntó con la piedra a Lobus quien cayó mientras corría retorciéndose de dolor en el suelo. Miutxi saltó al aire para caer sobre Miautur por sorpresa pero este le vio y con su pata izquierda hizo un gesto como si lo cogiese a en el aire y lo lanzó contra el suelo.

De pronto algo no va bien.

-¿Qué demonios pasa? -pregunta Miautur mientras sostiene la piedra y esta empieza a temblar sobre su pata.

 

Lobus y Miutxi aprovechan esa distracción para abalanzarse sobré él y un enorme fogonazo de luz blanca los atrapa a ambos junto con Miautur y los tres desaparecen de la sala ante las miradas impotentes de los presentes.

 -!!!Miutxi miuuuuu!!!! -gritó con desesperación Miauleen quien empezó a llorar.

 

Miutxi despierta sobre una cálida arena de una playa. El agua lo moja y logra despertarlo. Es de noche y no lleva su armadura. Se sacude el agua y mira a su alrededor pero no ve nada. Mira al cielo y ve una enorme bola blanca.

 

-No puede ser. Es Lunitaria. ¿Dónde estoy?

 

De pronto se da cuenta de que no habla sino que cada palabra que dice suena en maullido.

Está sólo. Mira la luna y piensa en su amada. Camina y no logra ponerse a dos patas y se cae cada vez que lo intenta. Sale de la arena y llega a un camino duro que no es de arena. Es un paseo. Hay un banco y Miutxi Miu se da cuenta de que es un banco como los de Lunitaria pero es mucho más grande y alto, como construido por gigantes.

Se cobija bajo el mismo, se acurruca el una esquina y se queda dormido.

Miautur despierta sobre un tejado. La piedra luna esta aun es su mano pero carece del brillo blanco y ahora parece tan sólo una vulgar piedra de cuarzo. Mira a su alrededor y se da cuenta que está el lo alto de un edificio. Abajo ve una plaza, unos árboles y unos objetos raros con cuatro cosas circulares que los sostienen colocados uno detrás de otro en los laterales de una calle.

Derepente escucha una ventana que se abre tras él. Se gira y ve a una ser enorme sobre dos piernas que sale al tejado. Miautur intenta correr pero no logra ponerse erguido y tropieza cada vez que lo intenta. Se da cuenta que no tiene escapatoria porque tan sólo le quedaría saltar del tejado. Intenta decirle a aquella criatura que no dé un paso más pero descubre que no puede hablar y le sale un leve amago de maullido con cada palabra.

La bestia resultó ser una joven muchacha que solía salir todas las noches al tejado a ver las estrellas. Vio al gato e intentó acariciarlo pero Miautur la arañó.

La chica intentaba calmarlo y se fue de nuevo a dentro a su casa a por algo para dar de comer al asustado gatito.

Miautur creyó haberse librado del gigante pero este de pronto regresó y él se puso en una postura desafiante con su cola en alto y erizada.

-Tranquilo. No voy a hacerte nada.

 

Miautur se quedó sorprendido ya que podía entenderla. Intentó hablarla de nuevo pero no salían palabras, la chica sólo veía los gestos del gato que parecía una persona y sonrió por que le pareció gracioso y Miautur se calló y suspiro indignado.

-¿Qué me estarás contando? jajajaja. Toma te he traído algo de comer.

 

La joven traía un trapo ,un poco de leche en un cuenco con unas migotas de pan en él. Miautur lo olisqueó y lo probó. Estaba muy bueno, empezó a comer y miró a la chica y la sonrió cerrando los dos ojos.

 -Vaya. Eres un gato muy listo.

 

Miautur asintió con la cabeza pero supuso que "gato" quería decir "miau" en el lenguaje de la extraña.

 -Guau. ¿Entiendes lo que te digo?

 Volvió a asentir.

 -Dios. Esto es de película. ¿De dónde has salido? ¿Cómo has llegado aquí?

 

Miautur levantó su pata delantera derecha y señaló a la luna mientras seguía comiendo.

 

-¿La luna?

 

-Lunitaria, plebeya inculta -pensó para si mismo frunciendo el ceño.

 

-Eso es imposible. En luna no hay vida.

 

-Ni miaus que te entiendan…¿O de esos hay aquí en este planeta horrible?. -pensó mostrando su ceño fruncido de nuevo.

 

-Vaya. Bueno, una cosa es innegable. Eres un gato especial. ¿Quieres quedarte conmigo?. Te cuidaré bien. Me llamo Marina.

 

Miautur tenía bajo él escondida la piedra de luna y no sabía que hacer. Su vida siempre había sido triste y sin notar afecto y ahora se encontraba frente a un ser que le mostraba cariño y atención.

 

-Ven aquí. -Marina se acercó a Miautur y lo cogió en brazos pero este salto de los suyos rápidamente. Marina vio la piedra en el suelo e intentó cogerla pero él se le puso delante gruñéndola.

 

-Vale, valeee. Tranquilo. Esa piedra...¿Es tuya?

 

Miautur asintió.

 

-Jajajaja Dios, debo de estar loca. Hablando con un gato.

 

-¿Gato? ¿Qué es eso? querrás decir miau. -pensó él.

 

-Muy bien. Dejaré la ventana abierta. Si quieres entrar estaré dentro.

 

Marina acarició a Miautur quien se dejó y por un instante ronroneó y entró por la ventana a su casa. Miautur se quedó unos minutos observando la ventana, miró a Lunitaria, cogió la piedra en su boca y entró en la casa.

 

Lobus volvió en sí. Agitó su aturdida cabeza. No sabía donde estaba. Había algo verde por todas partes parecido a la hierba de Lunitaria y árboles también.

 

-¿Dónde estoy?- sus palabras resonaron en gruñidos y descubrió que no podía hablar.

 

Estaba en la cima de una monataña. Desde ella podía ver una playa con su mar y un paseo con varios bancos. Se dispuso a bajar. Era de noche y al mirar al cielo pudo ver Lunitaria.

 

-¿Qué es este lugar? -pensó.

 

El cielo empezó a cubrirse por unos nubarrones negros y pronto empezó una fuerte tormenta. Lobus buscó cobijo corriendo hasta los bancos del paseo y con la suerte de no ser visto por nadie ya que era de noche y no había gente ya por allí.

 

Miutxi Miu sentía un poco de frío y de vez en cuando el viento era tan fuerte que aun estando bajo aquél banco no podía librarse del agua. Observó que tras él había unas cosas sostenidas sobre cuatros objetos redondos. Varias una al lado de la otra y vio que bajo esas cosas el agua no llegaba y corrió a cobijarse. Una vez allí debajo del objeto de cuatro circunferencias creyó poder ver a Lobus un poco más allá del paseo. Estaba bajo un banco también pero muy aprisionado ya que era muy grande para tal cobijo. Miutxi Miu lo llamó pero olvidó que no podía hablar y sólo sonó un maullido que Lobus no percibió siquiera debido al intenso ruido de la tormenta y sus truenos. Así que el gato no tuvo más opción que salir de su cubierta e ir hasta su amigo bajo el intenso aguacero.

Apenas había corrido unos metros y estaba empapado. Llegó al banco y Lobus estaba recostado y temblando.

 

-Lobus -dijo Miutxi Miu pero de nuevo sonó un maullido.

 

Lobus se giró y enseguida reconoció al joven caballero de la corte y lo saludó y sólo escuchó un gruñido. Miutxi sonrió y Lobus hizo un gesto con su pata delantera señalándose la garganta como si quisiera decir que no puede hablar. El gato hizo el mismo gesto para calmar a su enorme amigo. Así que sólo podrían hablar por gestos.

Miutxi miró a su alrededor y vio en la playa un local con techo. Era el bar de la misma y haciendo un gesto con su pata a su amigo de "sígueme", corrieron hasta allí. Era un bar de playa hecho de caña de bambú y madera. Tenía forma redonda y el amplio techo cubría un radio de unos 5 metros de mesas cercanas al mismo. Una vez allí Miutxi Miu buscó la luna y se sentó observándola con nostalgia. Lobus se sentó a su lado y aulló a la misma. Pero los lobos ahora la aullan.

 

Miautur se giró justo al entrar a la casa y creyó oír un aullido pero la chica invitándole a entrar lo distrajo de aquello.

Era un ático muy bonito. Tenía una cama grande un armario ropero, mesitas de noche ,una lámpara de techo, un baño con ducha y una cocina.

 

-Ven. ¿Quieres un poco de leche?

 

Miautur al oír "leche" se relamió y poquito a poco se acercó hasta la muchacha que estaba buscando el brik en la nevera. Cogió un tazón y sirvió la leche.

Miautur la olisqueo y empezó a beber.

 -Perdona si está muy fría.

 Miautur la miró y negó con la cabeza.

 -Es increíble. Me entiendes de verdad. Encima en mi idioma. ¿De verdad que vienes de la luna?

 Miautur paró de beber y golpeó en tazón de leche con su pata enfadado.

 -¿Qué te pasa? -preguntó Marina arrodillada frente a gato negro.

 

Miautur miró a su alrededor buscando algo. Caminaba por aquel ático bajo la mirada de ceño fruncido de la chica.

 -¿Qué buscas?

 

Miautur vio un bolígrafo sobre una de las mesitas de noche. Saltó sobre ella y lo cogió con su boca. Marina dedujo que pretendía en gato y cogió una libreta de un cajón de otra mesilla.

 

-¿Quieres escribir? -le preguntó acercándole la libreta.

 

Miautur asintió con el bolígrafo en su boca. Marina le dejó la libreta delante él y se sentó sobre la cama observándolo.

Este abrió la libreta con una pata, puso el bolígrafo recto al papel e intentó escribir.

 -Lunitaria -escribió

-¿Llamas así a la Luna?

 Miautur asintió.

 -Vaya...¿Y hay más como tu?

 Miautur volvió a asentir.

 -Guau. O me he vuelto loca o eres de verdad. -exclamó Marina mirando lo la hoja que aquél gato había escrito. -¿Y cómo te llamas?

Miautur cogió el bolígrafo de nuevo y en otra hoja escribió su nombre.

 

-Jajajaja que original...usando miau y creando un nombre.

 

Él la miró frunciendo el ceño.

 -¿Que tiene de gracioso mi nombre? -Pensó.

-Bueno yo ya te he dicho el mío. Me llamo Marina, tengo 20 años y estoy estudiando fotografía. No tengo familia y vivo sola. Trabajo por las tardes en una cafetería para pagar el alquiler y demás. Pero bueno, ahora ya somos dos.

 

Marina era una chica delgadita de poco más de 1,55 y de pelo castaño oscuro y grandes ojos marrones .Su piel era de un precioso tono moreno.

Marina bostezó.

 

-Bueno, tengo sueño. Si quieres puedes dormir conmigo. Mañana te compraré comida y arena. Y toma, guarda tu piedra...espera…tengo una idea.

 

Marina cogió la piedra y la metió en un collar que llevaba un mini zurrón de cuero y se lo ató a Miautur al cuello.

 

Él la miró con cara alegre. Empezaba a agradarle aquella chica.

Marina se acostó y después de un rato Miautur subió a la cama y se puso a los pies de esta. Marina lo notó y sonrió.

 

-Buenas noches Miautur.

 

Amaneció. Miutxi Miu abrió los ojos y dos seres vestidos de negro se acercaban con unas redes. Golpeó con sus patas a Lobus para que despertase y cuando este lo hizo ya fue tarde las redes cayeron sobre ellos. Lobus rugió.

 

-Cuidado con el lobo, Steve -dijo uno de los hombres.

-Tranquilo Jon. ¿Que hará un lobo por aquí?

-No lo sé. Debe de haberse escapado de alguna reserva o zoológico.

-Esperemos que pongan un anuncio de su búsqueda. Aunque también deberíamos poner uno nosotros por si se hubiese venido desde otro estado.

 

Los hombres metieron a Miutxi miu y a Lobus en un furgón y se los llevaron.

 

Marina despertó descansada y miró a los pies de su cama pero no vio a su nuevo amigo. Se levantó y lo descubrió subido a la mesa de la cocina. Estaba sentado y con la piedra luna frente a él. Con sus patas delanteras hacia unos movimientos raros.

 

-¿Que haces? parece que quieras invocar a alguien- rió ella.

 

Miautur tapó con sus patas la piedra.

 

-Veo que te expresas mucho pero no maullas nada.

 

Miautur agachó la cabeza triste.

 

-¿Estás bien?

 

Guardó la piedra en su collar, bajó de la mesa y se quedó mirando por la ventana.

 

-Luego hablamos si quieres. Bueno yo hablo y tú escribes ¿Vale?...debo ir a clase. Hasta luego.

 

Mientras tanto Miutxi y Lopus estaban encerrados en unas cárceles de la perrera. Miutxi miu vio a otros miaus y se quedó extrañado pensando en si serían del reino pero notó que eran distintos a él. Parecían...muy vulgares y bobos. Sé acicalaban mucho, maullaban mucho, dormían mucho...

Miutxi de hecho maulló a alguno e incluso hizo gestos a alguno de ellos y estos ni se inmutaron como si no lo entendiesen.

Lopus buscaba como salir de allí. Comprobó que las jaulas tenían candados y buscó con la mirada donde podrían estar la llaves pero no tuvo suerte, la sala era un largo pasillo de jaulas tan sólo.

Uno de aquellos seres sobre dos piernas entró y se acercó a la jaula de Lopus.

 

-Vaya...así que es verdad. Eres un lobo. ¿Cómo has llegado aquí?

 

Lopus se quedó extrañado por que podía entender lo que decía aquella criatura que no era sino un hombre pero que él jamás había visto e intentó mediante gestos contarle lo que había pasado. Sentado sobre sus patas traseras el gran lobo negro parecía narrar una historia con sus patas delanteras. El hombre se sorprendió mucho al verlo.

 

-Dios mío, esto es increíble. ¿Estás intentando decirme algo? - preguntó el joven que llevaba poco trabajando allí.

 

El lobo asintió con la cabeza y señalo a Miutxi miu que estaba en la jaula de enfrente. El chico se giró y miró justo a la jaula que estaba a sus espaldas y vio al gato sobre dos patas y con las delanteras puestas en su cintura en una pose en la que estuviese diciendo "sí, ese soy yo".

El chico no salía de su asombro.

 

-¿Pertenecéis a algún circo?

 

-¿Circo? ¿Cómo osáis? -pensó Miutxi Miu sentándose con cara de indignación mientras Lopus sonreía.

 

-Vaya, ¿Sois amigos?

 

Ambos asintieron.

 

-jajajaja un lobo y un gato. Vaya pareja.

 

Miutxi y Lopus se miraron y fruncieron el ceño.

 

-Bueno, creo que os liberaré. Podéis venir conmigo, me haré cargo de vosotros ¿Vale?

 

Ambos se miraron y asintieron pues necesitaban salir de allí al menos y saber algo sobre el mundo en el que estaban.

 

Jon habló con el gerente del centro y firmó unos documentos de adopción aunque con el lobo su jefe le dijo que por ser él le dejaba llevárselo y dado que al parecer no pertenecía a ningún Zoo ni reserva pero que debería firmar unos documentos para obtener la custodia.

 

De este modo el joven Jon se los llevó a su casa.

En el coche Mitxi miu y Lopus iban asombrados. Aquél objeto sobre cuatro cosas redondas se movían sin que ellos caminasen. Iban sentados en el asiento trasero y Miutxi miu hizo un gesto con sus patas a Lopus como diciendo "es cosa de magia" y Lopus asentía.

 

Llegaron a la casa de Jon. Un precioso chalet cerca de aquella playa. Jon era un joven agradable y de buen corazón. Era alto de 1,83 cm y de pelo moreno y ojos marrones. Tenía 29 años y entró a trabajar en la perrera por su amor a los animales. Intentaba salvar a todos los que podía buscando personas q los adoptase y logró ayudar a muchos animales.

Al bajar del coche Miutxi se acercó a una de las ruedas, se puso delante de ella y con temor poco a poco iba acercando su pata mientras miraba a Lopus y este asintió como diciendo " adelante" y Miutxi la tocó justo cuando Jon dijo:

 

-Vamos chicos.

 

Y Miutxi dio un salto del susto.

La casa era enorme. Lo suficiente para los dos animales.

Tenía incluso una piscina y Lopus acercaba la pata intentando tocar el agua y le resultaba divertido.

Pero ambos debían encontrar a Miutur cuanto antes.

Mientras tanto, nuestro gato mago estaba placidamente tumbado en la cama de su amiga Marina, cuando escuchó al cerradura de la puerta.

Pensó que sería ella y muy contento fue hacia la puerta.

Pero no era ella.

Un hombre vestido de negro y con un gorro de lana entró.

Era un ladrón. Y pretendía robar en casa de su amiga.

Miutur le bufó, pero el hombre no el hizo ni caso y entonces le mordió en la pierna y este le pegó una patada lanzando al gato contra una pared.

Miatur quedó aturdido pero cuando se recuperó de nuevo saltó a por él y llegó hasta su cara y le arañó en un ojo.

El hombre agarró al gato y lo empotró esta vez contra la pared y salió del piso huyendo.

Miutur no se rendía y salió corriendo detrás del ladrón sin darse cuenta de que se perdería.

Bajó hasta el portal y una vez abajo no vio al ladrón.

Miró hacia la puerta del portal y cuando se giró todo satisfecho para subir de nuevo, de una esquina apareció el hombre y lo metió en el saco que llevaba para meter lo robado.

-Ahora te vas a enterar. Te haré pagar lo de mi ojo.

El hombre empezó a propinar patadas y puñetazos al saco mientras Miutur estaba dentro.

El pobre gatito no podía hacer nada y pronto estaba casi muerto.

Pero por suerte un vecino entró en el portal y asustó al ratero, quien soltó el saco y huyó de allí.

El vecino sacó al pobre gatito del saco y justo volvió Marina.

-¡Miutur¡ -gritó mientras lo cogía. -¿Qué ha pasado? –preguntó a su vecino.

-Un ladrón estaba golpeando al animal mientras lo tenía dentro de ese saco.

Marina empezó a llorar y sin soltar de sus brazos a su amigo, lo llevó a un veterinario.

Jon debía regresar al trabajo y Miutxi miu y Lopus querían ir con él porque debían regresar a la cuidad y encontrar a Miautur.

En un principio Jon no quería llevarlos pero insistían tanto que aceptó.

-Pero os quedareis en el coche. –les dijo.

De este modo al llegar al trabajo, cerró el coche y ambos se quedaron dentro. Pero el coche era muy viejo y Lopus que iba en el maletero empezó a golpearlo con sus patas y logró abrirlo.

Miutxi miu se introdujo entre los asientos traseros y también salió.

Ambos estaban en el parking de la veterinaria cuando vieron a una joven con un gatito en brazos entrar en ella.

-Es Miatur. –dijo Miutxi.

Hizo señas a su amigo y ambos buscaron por donde entrar. En la parte trasera de la clínica, había un conducto de aire que pudieron forzar empujando la rejilla y entraron.

Caminaron por el conducto hasta llegar a estar sobre la sala donde aquella chica depositaba a Miatur.

Ambos lo vieron que estaba muy mal herido y se pusieron muy tristes.

“¿Qué hacer?”, pensaron.

No había tiempo que perder.

Jon entró en la sala y revisaba a Miautur, así que decidieron que debían entrar cuando este estuviese mejor.

Miautur volvió en sí y vio a Marina junto a él.

-Ey, ¿qué tal estás?

Él le lamió la mano y cerró sus ojos y los abrió como agradecido.

-Me tenías preocupada. Has sido muy valiente.

Miatur volvió hacer el mismo gesto.

-Te voy a dejar descansar.

Jon y Marina, salieron de la habitación y el gatito se quedó en una pequeña cuna.

Miutxi miu y Lopus decidieron que era el momento y saltaron desde la rendija del conducto del aire, cayendo en la sala.

Miatur se asustó y se pusó de pies y se alegró de verlos saludándoles con una pata.

Miutxi y Lopus sabían que estaba mal y que había hecho algo admirable. No estaban enfadados con él tanto como creían, pero deseaban regresar a su hogar.

Miatur sacó la piedra luna de su saquito al cuello y la tiró ante ellos.

Ambos se miraron extrañados.

El gato mago hizo un gesto de que le acercasen una libreta que había sobre una mesa y un bolígrafo y escribió:

-“Regresad sin mi y dar mis disculpas a mis padres y a mi hermana. Decidles que me quedo aquí y que estaré bien y feliz, pues he conocido a alguien que me quiere y me necesita”.

Se puso a dos patas y empezó a conjurar.

La piedra luna empezó a brillar.

En ese momento Jon y Marina volvieron a entrar y vieron lo que ocurría.

Un agujero se abrió en el techo de la habitación.

-¿Qué está pasando? –preguntó Jon, cubriéndose la cara del aire de la sala.

-Creo que regresan a su hogar. –explicó ella.

-¿Ha su hogar? –Jon preguntó extrañado ante la explicación de aquella chica.

Miutxo miu se puso de pie y se elevó hacia el techo con la piedra en su pata y sonrió a Miatur quien le asintió con la cabeza.

Pero Lopus no se iba.

Miutur le hacia gestos con la cabeza indicándole que se fuese, pero se quedó.

El agujero se cerró

Miutur se acercó al lobo con cara extrañada.

Lopus cogió la libreta y escribió:

-“Me gusta este mundo. Cuando vi Lunitaria en el cielo decidí quedarme y custodiarla.”

Jon y Marina se presentaron y se hicieron muy amigos. Con el tiempo, salieron juntos.

Un día ella llevó una preciosa gatita negra a casa y Miautur se enamoró aunque esta no fuese como él. No importa como seas, siempre habrá alguien que te quiera.

Lopus decidió vivir en los montes donde encontró a más lobos y les enseñó a aullar a Lunitaria y a amarla.

Desde entonces los lobos aúllan a la luna.

Y si alguna vez, crees que tu gato hace algo raro, o que entiende lo que le dices, quizás, sólo quizás, es que sea de Lunitaria.